En el firmamento nacionalista catalán brillan desde ayer dos nuevas estrellas, Anna Erra (¡qué apellido tan adecuado!), alcaldesa de Vic y diputada de Junts x Puchi en el parlament, y Mariàngela Vilallonga, consejera de cultura del seudo gobierno de la Generalitat dirigido (o no) por el inhabilitado (para la política en particular y para una vida digna en general) Quim Torra.

La primera habló en sede parlamentaria de las claras diferencias físicas entre quienes tenemos la dicha de ser catalanes y los que no disfrutan de esa bendición divina. No es la primera supremacista catalana que se expresa en esos términos: ya el beato Junqueras afirmó hace años que los catalanes nos parecemos más a los franceses que a los españoles, obteniendo a cambio un memorable meme en la red en el que se le daba la razón mostrando una foto suya junto a una de Alain Delon: escalofriante, aunque no precisamente por el parecido.

Según la señora Erra, hay que hablarle en catalán a todo el mundo, aunque intuyamos que quien tenemos delante igual no lo entiende. No se trata de amargarle la vida al desgraciado que nos dirige la palabra, claro está, sino de tratarle como a un igual para que nuestro paternalismo no le haga sentir extranjero en la tierra en que ha elegido vivir: ya se sabe que los pobres del mundo no vienen a Cataluña a ganarse la vida, sino a aprender la lengua de Verdaguer. Así pues, ¿cómo les vamos a maltratar pasándonos al idioma del Estado opresor?

Ante esta muestra de supremacismo camuflado de admirable humanismo, la oposición ha puesto el grito en el cielo y le ha recordado a la señora Erra, por si lo había olvidado, que es una racista. Menos mal que ha salido en su defensa la consellera de cultura, Mariángela Vilallonga --según me comentó Salvador Oliva durante la presentación del libro de Albert Soler en Banyoles, una de las personas más tontas con las que se ha cruzado en su vida: ¡pensar que me alegré cuando leí que había traducido a Rilke al idioma local!--, quien ya había declarado la existencia de la raza catalana: quedo a la espera del meme con una foto suya junto a otra de Brigitte Bardot.

Vilallonga también cree que hay que darle al mono hasta que hable catalán, y ha asegurado que la sardana --la danza más aburrida de totes les que es fan i desfan-- representa a la perfección la raza catalana, esa entelequia que se ha sacado de la manga para ganar puntos ante sus jefes y porque, aunque resulte pasmoso, es capaz de creerlo sinceramente.

Que Vic esté en manos de la señora Erra y la cultura catalana en las de la señora Vilallonga solo son dos muestras más de esa broma pesada que es el prusés. En un país normal habrían sido cesadas hace tiempo, pero en este paisito sin estadito de nuestras entretelas concitan la admiración de los que piensan (bueno, pensar, pensar, lo que se dice pensar…) como ellas, que son muchos e ignoran, entre muchas otras cosas, el significado de la palabra raciocinio.

Ya lo saben, amigos, a partir de ahora, no se pasen al castellano con su asistenta sudamericana, pues ella se muere de ganas de aprender catalán y ustedes no son nadie para interponerse en su camino al conocimiento y a la dignidad humana. Aunque la fámula nunca llegue a pertenecer a la raza catalana, tampoco se debe contribuir a que llegue a la desoladora conclusión de que forma parte de una etnia inferior. Seamos humanos, solidarios y didácticos. Sobre todo, didácticos: todo es por el bien de la maldita india que ha venido a comerse nuestro pan, aunque no se lo merezca la muy colonialista.