Cataluña volvió a mostrarse ayer como lo que es: una comunidad partida en dos. Mientras unos nos alegrábamos de librarnos de Quim Torra, inhabilitado un año y medio por la justicia española, otros se daban de nuevo por humillados y ofendidos y, obedeciendo las instrucciones de Omnium y la ANC, se concentraban ante los ayuntamientos para gritar un poco y cantar Els segadors. Para ellos, Torra es su legítimo líder (o casi legítimo, ya que el legítimo fetén es el fugado Puigdemont); para nosotros, el vicario de Puchi solo es, por usar su propia terminología a modo de postrero homenaje, un tros de quòniam. Ya se sabe: todo es del color del cristal con que se mira. Y entre unos y otros, pugnando por aparentar un gran dolor que no sienten, los de ERC, encantados de que el Supremo les quite de en medio a semejante energúmeno porque llevan un tiempo haciéndose las elecciones encima: se habla ya del 31 de enero o del 7 de febrero. A las huestes del beato Junqueras les basta con disimular hasta entonces y con ir a lo suyo mientras aparentan solidaridad con el caído y colaboran mínimamente en la primera fase del duelo: el martirologio.

Toca ahora en el mundo lazi rasgarse las vestiduras, manifestar indignación, gimotear ruidosamente en Europa (donde han vuelto a insistir, los muy insolidarios, en que este nuevo cirio es otro asunto interno de España), redactar manifiestos firmados por paniaguados del régimen y, probablemente, volver a quemar los contenedores de Els Jardinets de Gracia, que para eso están. Toca también la solidaridad de boquilla con el cesante; de ahí las declaraciones del ministro Castells, el presidente del Barça (¿solidaridad entre receptores de patadas en el culo?), Rafael Ribó (¡Viva mi dueño!), Iñigo Urkullu (por aquello de la solidaridad que no compromete a nada entre naciones oprimidas) y los mandamases locales de CCOO y UGT (supuestos amigos del obrero siempre dispuestos a adoptar una actitud genuflexa ante la burguesía supremacista).

El teatrillo durará unos días y consistirá, más o menos, en lo de siempre: mucha indignación (real o impostada), algunas algaradas (bronca posterior por los porrazos repartidos), declaraciones tan altisonantes como las del inhabilitado --que nos ha dicho que empujemos para salir del pozo y acceder a la ansiada libertad mientras él, aunque esto no lo ha mencionado, disfruta de la estupenda pensión que se otorgó cuando ya vio que le quedaba poco tiempo en el convento-- y TV3 y Catalunya Ràdio echando leña al fuego, que para eso les pagan con el dinero que debería dedicarse a combatir el coronavirus. No descarto la publicación en los diarios lazis de algún artículo analizando la obra de gobierno del señor Torra; eso sí, que los escriba un indepe aficionado a las distopías retro porque a muchos no nos consta que haya habido obra de gobierno alguna, más allá de refunfuñar, chinchar, practicar la chulería con marcha atrás y envenenar todo lo posible el ambiente.

Si la cosa dependiera de ERC, el señor Torrent convocaría mañana mismo las elecciones, pero hay que guardar el obligado luto mientras se intenta impedir por todos los medios que el PDECat y Junts x Puchi se las apañen para sacarse de la manga un presidente temporal, aunque no lo tienen fácil: si quieren ser fieles a sí mismos y seguir la lógica autodestructiva iniciada en los tiempos de Artur Mas, dar con alguien más inútil para el cargo que Torra --que nunca ha dejado de ser un agente de seguros con pujos de intelectual cuyos referentes, de Puchi al Capità Collons, dan asco y pena-- se revela como una tarea prácticamente imposible (siempre positivo y posibilista, les doy a elegir entre un pingüino disecado y Tortell Poltrona).

El auto sacramental acaba de empezar y lo ha hecho de la manera habitual: el mundo lazi es, además de aburrido, tremendamente previsible. Pronto dejaremos atrás el martirologio y empezaremos a hablar de elecciones. Las puñaladas traperas entre los junqueristas y los cocomochos van a ser de espanto. Y nosotros que las veamos.