Cuando Pedro Sánchez anunció que habría nuevas y contundentes medidas para enfrentarse al coronavirus, lo primero que hizo el niño con barba que ejerce la presidencia en funciones de la Generalitat fue exigir el control total en Cataluña de dichas medidas. ¿Para incrementar su posible eficacia? En teoría, sí, pero en la práctica no era más que otro intento de aparentar que esto es un país independiente que hace muy bien las cosas, no como otros. Me extraña que Aragonés no haya dicho que el toque de queda hasta mayo se le antoja una medida insuficiente y que Cataluña exige prorrogarlo cuatro o cinco años más. De momento, el gobiernillo se conforma con estudiar la posibilidad de un confinamiento de fin de semana para sus sufridos súbditos, que así, tras cinco días de encierro nocturno, dispondrán de otros dos para morirse definitivamente de asco, que es la tercera posibilidad de diñarla que se nos ofrece junto a las dos ya existentes, la muerte por contagio del virus o por inanición tras la pérdida del trabajo. Cataluña, siempre en vanguardia, aportaría así el tedium vitae como causa de defunción.

Los anglosajones disponen de un término muy contundente para la actitud de nuestro gobiernillo, self righteous, que puede traducirse por santurrón o farisaico. Dicha actitud aparenta ser el colmo de la sensatez, a la que añade un molesto tonillo perdonavidas derivado de una autoestima exagerada y sin base alguna. Es la actitud que lleva a iniciar el toque de queda a las diez de la noche --no a las once, como sugiere el gobierno, ni a las doce, como permite la trasnochadora comunidad de Madrid--, en parte para no coincidir con la hora nacional y en parte para denunciar la supuesta frivolidad de los españoles, siempre dispuestos a apurar la estancia en los bares mientras nosotros, los catalanes, cual laboriosas hormigas, nos recogemos en nuestros hogares antes que nadie (previamente, hemos cerrado restaurantes y bares, y ahora eliminaremos la sesión nocturna de los cines y la música en directo, mientras no sabemos de donde sacar el dinero para compensar a los propietarios de todos esos establecimientos porque hay asuntos más urgentes, como abrir nuevas embajadas o mantener el nivel de vida de Toni Soler y Mònica Terribas).

Si las medidas santurronas de la Gene sirvieran para algo, creo que todos las daríamos por buenas. El problema es que muchos tenemos la impresión de que se trata de palos de ciego a la española con pretensiones de infalible terapia. El frente médico anda un tanto desarbolado --Argimon se ha contagiado, Mitjà ha caído en desgracia de un día para otro sin que sepamos muy bien por qué era tan necesario al principio y tan prescindible ahora, Trilla hace lo que puede para aparentar una posición cabal-- y el político parece más interesado en marcar paquete ante Madrid que en afrontar el desastre de la manera más razonable. Obsesionado por el fet diferencial, el gobiernillo pretende aplicarlo también a la pandemia: si ellos se encierran a las once o a las doce, nosotros, a las diez (y, si pudiéramos, a las cinco de la tarde, para que vean los italianos lo que es tomarse las cosas en serio); si ellos salen a estirar las piernas el fin de semana para no asesinar a sus hijos o al perro, nosotros, encerrados en nuestros domicilios de viernes a lunes, para profundizar un poco más en la armonía familiar; si ellos creen que igual con seis meses de toque de queda ya vamos que chutamos, nosotros no nos pondríamos por menos de dos años. Y así sucesivamente, pues la ruina de numerosos sectores sociales parece considerarse un daño colateral.

Mientras tanto, el niño con barba ha tenido tiempo para participar en un cónclave de presidentes autonómicos supervisado por Ursula Von der Leyen en el que ha aprovechado para dar un poco más la turra con el referéndum y pedir el control absoluto sobre los 30.000 millones de euros de los fondos europeos que, según él, nos tocan a los catalanes. Ya estamos de nuevo en plan self righteous, insinuando que los catalanes invertiremos más juiciosamente los monises de la Unión que los españoles, genéticamente programados para el despilfarro. No sé ustedes, pero yo ya me echo a temblar ante las prioridades del gobiernillo con el dinero: algo me dice que una buena parte de él puede ir a parar a donde no debe.