Se está cumpliendo la profecía de Aznar: antes se matarán entre sí los separatistas que se romperá España. Entre hoy y mañana, los 6.465 militantes de Junts decidirán si el partido de sus entretelas se mantiene en el Gobierno catalán o si lo abandona para pasarse a la oposición (y teniendo en cuenta anteriores consultas a la militancia, si van a votar 3.000 personas, ya será mucho, lo cual dejaría el destino de un Gobierno que, en teoría, solo en teoría, trabaja para más de siete millones de personas en manos de una minoría especialmente exigua). Asistimos a una lucha por el cargo de guardián de las esencias en la que todos los contendientes ven traidores, enemigos y conspiradores por todas partes. Aragonès cesa a Puigneró por considerarlo desleal. Los de Junts, azuzados por el fugado Puigdemont, consideran que el traidor, el enemigo y el desleal es el Petitó de Pineda, que no pega un palo al agua por la independencia. Y las discrepancias no acaban ahí, pues dentro de los aspirantes a cesante hay dos claras facciones: los que quieren seguir en el gobiernillo, tragándose la humillación del despido del consejero de los nanosatélites y la NASA catalana, supongo que porque son conscientes de que fuera de él hace mucho frío y no se pilla ni un euro, y los que quieren abandonarlo con la excusa de que desde fuera podrán ser más ellos mismos y avanzar convenientemente en la causa por la liberación de la patria.

Personalmente, aunque les desee lo peor a todos, yo diría que son ligeramente más listos (y están más en contacto con la realidad) los partidarios de tragarse el sapo de lo de Puigneró y seguir chupando del bote autonómico, conscientes de que en la oposición no hay mucho que rascar, a tenor de esas encuestas electorales que cada día sonríen más a los de ERC. Véase el ejemplo del consejero Giró, un hombre que antes de darlo todo por la patria, trabajaba para La Caixa, una institución en la que reinan la prudencia empresarial y la cuenta de resultados. Por el contrario, en las filas de los dimisionarios, ¿a quién encontramos? Básicamente a fanáticos, a gente con un futuro más bien negro y claros representantes del célebre mantra Para lo que me queda en el convento, etcétera. Gente como Carles Puigdemont, el gurú de Waterloo que se aburre profundamente mientras va cayendo en la irrelevancia, o Laura Borràs, que tarde o temprano acabará en el banquillo por sus presuntas corruptelas y puede que hasta en la cárcel. Gente, en suma, sin gran cosa que perder y con ganas de liarla peti qui peti. Ah, sí, y el leguleyo Alonso Cuevillas, que no se sabe muy bien qué pretende, aunque igual considera que no ha medrado lo suficiente en el Gobierno autónomo. Nada que ver con Victòria Alsina, nuestra flamante pseudoministra de Exteriores, que no debe tener muchas ganas de perder el control de todas esas embajadas inútiles que el gobiernillo no para de inaugurar porque se ve que a los catalanes nos sobra el dinero.

La bronca entre ERC y Junts x Puchi, su posible divorcio, es la última y más espectacular entrega de un culebrón que lleva emitiéndose desde hace años y en el que todos compiten por ver quién es el más independentista. Esa bronca ha conducido a los delirios de la ANC, con sus amenazas de crear una candidatura nueva a las elecciones regionales porque todos los partidos políticos han traicionado a la causa. O a los abucheos que se llevó hace unos días Carme Forcadell, quien, al parecer, ya no es la muy aplaudible señora que gritaba ¡President, posi les urnes!, sino la muy censurable traidora a la que han ablandado los tres años de cárcel que se ha chupado y que, sin comerlo ni beberlo, ha pasado a engrosar las filas de los botiflers (aunque me pregunto qué hicieron por la independencia los que la abuchearon el 1 de octubre; ella, por lo menos, dio la cara y lo pagó con una estancia a la sombra que se ha revelado asaz didáctica).

Sostiene Giró que abandonar el Gobierno haría muy feliz a Llarena. Tiene razón, pero la lista de gente que se alegraría ante esta nueva y radical tangana entre separatistas es mucho más larga (yo mismo figuro en ella), aunque nunca apetezca darle la razón a Aznar. La más elemental prudencia aconsejaría a los de Puchi tragarse el orgullo y seguir en el gobiernillo, aunque solo sea para no darnos una alegría a los botiflers. Pero el posprusés ha entrado en una fase de canibalismo y no sería de extrañar que ganasen los partidarios del divorcio, con la inevitable pérdida de puestos de trabajo y canonjías varias que ello comportaría. En Junts se sienten humillados y ofendidos, cual personajes de Dostoievski, y en ERC no se aprecia mucha voluntad de arreglar las cosas, como si no vieran la hora de librarse de sus incómodos socios y prefirieran gobernar solos, recurriendo cuando no hubiera más remedio a los comunes y los sociatas. La política catalana cada día se parece más al fútbol, donde el Barça y el Espanyol detestan al Real Madrid, pero se odian muchísimo más entre ellos: las pulsiones cainitas son típicamente españolas, y el célebre hecho diferencial catalán no rige para estos asuntos. Ni, habitualmente, para ningún otro.