Somos el único lugar del mundo con dos presidentes: uno que se considera un exiliado político, cuando solo es un fugado de la justicia, y otro que es un energúmeno de los que piden a gritos el impeachment por el bien de sus sufridos súbditos. Ninguno de los dos sirve absolutamente para nada, pero ambos cobran como si realmente se dedicaran a la política y no a la agitación permanente. Serían ridículos --de hecho, lo son-- si no fuese por el daño que le están haciendo a ese país al que tanto dicen amar. Y, además, van muy sobrados.

Con Quim Torra lo hemos podido comprobar, una vez más, tras su paso por la universidad estival de Prada de Conflent, ese desahogo anual para indepes deprimidos, donde ha clamado por la confrontación con el perverso Estado español como solución a los problemas de la patria. ¿Confrontación? ¿Cómo la del 1 de octubre o algo más serio? ¿Y a quién piensa enrolar para esa confrontación? Cuando dice que lo volverán a hacer, uno se pregunta: ¿el qué?, ¿el ridículo?

Mientras tanto, en Waterloo, el otro sobrado se permite negar el saludo a unos fans que se habían desplazado hasta allí para saludarle y hacerse un selfi con él. Como si fuese Bob Dylan cuando vivía en Woodstock y acabó hasta las narices de los visitantes inesperados que se presentaban para decirle lo grande que era y hacerse un pre-selfi con el bardo de Minnesota. Dylan tenía una excusa para no recibir a los atorrantes: a fin de cuentas, era la voz de una generación y estaba muy ocupado fabricándole himnos inmortales. Pero Puchi, ¿qué motivos puede aducir para no salir a saludar a sus fans? Que no diga que estaba muy ocupado, pues todos sabemos que no tiene nada que hacer y que tampoco cuesta tanto interrumpir la partida de parchís con Toni Comín para salir un momento de su mansión y dar una alegría a los pobres de espíritu que lo admiran. Y, además, siempre puede aprovechar para pegarles un sablazo o cobrarles entrada para acceder a la Casa de la República, como hacía el marqués de Leguineche de La escopeta nacional con los turistas japoneses.

Todo político, por desastroso e inepto que sea, se debe a su público. Torra debería medir sus palabras en vez de ir por ahí cantando las alegrías del motín separatista. Puchi debería, ya que no hace nada útil, mostrar agradecimiento a esos leales que se desplazan hasta su palacete. Ya sabemos que el destino natural de uno es el cese y el del otro el trullo. Pero mientras aún ocupan la posición que ocupan, lo menos que podrían hacer es dejar de amenazar a más de la mitad de su población (Torra) y ser amables con los que les siguen la corriente (Puigdemont). Parece que ni saben ni pueden: proclamas ridículas en Prada y mala educación en Waterloo. Que luego no se quejen si la Diada de este año no alcanza el esplendor norcoreano de las anteriores: puede que sus seguidores necesiten urgentemente ayuda psiquiátrica, pero son seres humanos y, en condición de tales, merecen un poco de cariño y respeto en vez de tanta baladronada y tanta displicencia.