La funesta influencia española en la arcádica Cataluña se nota hasta en los ambientes más nacionalistas y/o alternativos. Último ejemplo: la chulería de Josep Téllez, munícipe badalonés, al rasgar públicamente la orden judicial que le conminaba a hacer fiesta el 12 de octubre. Nada que objetar a la puesta en escena: hasta había una señora árabe con un pañuelo en la cabeza, que siempre queda más multicultural que un jubilado catalán con boina. Y nada que objetar al arribismo político del señor Téllez; el hombre ha debido ver lo bien que viven Eduardo Reyes y Gabriel Rufián y ha visto llegada su hora de sobreactuar con el numerito de los papeles rasgados.

¿Habrá nacido una estrella del charneguismo pos-Justo Molinero? Es muy posible, pero, por el bien de nuestras raíces, tal vez debiera preocuparnos esta actitud chulesca tan poco catalana. Lo que pasa es que se ha bajado el nivel de exigencia y se acepta todo lo que sea bueno para el convento. No hace mucho, a un tipo como Téllez --que habla un catalán entre voluntarioso y lamentable-- se le hubiera tildado de fatxenda y de pavero, pero ahora se le ríen las gracias y se adoptan sus modales en la catalana tribu, donde la chulería empieza a ser de rigor. A ver si nos vamos a desnaturalizar por adquirir costumbres foráneas de gente que nos da la razón para medrar...

Yo mismo puedo patentar la soberanía doméstica, negarme a pagar las facturas de la luz y, ya puestos, grabarme en vídeo comiéndome el recibo

Téllez no solo es un chulángano, sino también un gran inventor de conceptos. La soberanía municipal, por ejemplo. ¿Alguien me puede explicar en qué consiste? Pues si solo se trata de hacer lo que nos salga de las narices, a eso podemos jugar todos. Yo mismo puedo patentar la soberanía doméstica, negarme a pagar las facturas de la luz y, ya puestos, grabarme en vídeo comiéndome el recibo. Cuando me corten la luz, tildaré a la compañía de franquista y antidemocrática y acusaré a su presidente de irse de copas con la cabra de la Legión.

Espero que Téllez haga algo parecido cuando lo empapelen. Porque habrá que empapelarlo, digo yo; y si no, no haber dado la orden de respetar las fiestas. Una orden, además, que no ha podido ser más chapucera e incompleta: se ha ido a por Badalona mientras otras localidades catalanas llevan años haciendo lo que se les antoja el 12 de octubre sin que la señora Llanos de Luna se dé por aludida; en Berga, por ejemplo, Titot y sus amigos trabajan como fieras el Día de la Hispanidad desde hace tiempo sin que nadie les llame al orden. O todos o ninguno, digo yo.

Les dejo, que debo acudir a una calçotada, donde haciendo uso de mi soberanía gastronómica pienso exigir que me sirvan gambas.