Quim Torra es un hombre hiperactivo. Salvo para gobernar su comunidad --una práctica en la que aún no se ha estrenado--, se puede contar con él para casi todo: cuando no está en un pueblo celebrando el Día del Caracol, está en otro disfrutando de la Feria del Cántaro. Y cuando no se desplaza con el cuerpo, lo hace con la palabra. Nada más celebrarse las elecciones andaluzas, ya ha dicho que la culpa del ascenso de Vox es del PSOE --como si la tabarra de los suyos no hubiese influido en los resultados, pues ya se sabe que los energúmenos nacionalistas catalanes son la pareja ideal de los energúmenos nacionalistas españoles--, ha anunciado que se querella contra el candidato de Ciudadanos --nuestro racista en jefe no soporta que le llamen racista, pese a las múltiples pruebas en su contra que él mismo ha ido acumulando a lo largo de los años--, ha decretado que, en solidaridad con los presos en huelga de hambre, se va a acabar el papeo en los actos oficiales de la Generalitat --los primeros en sufrir las consecuencias, por cierto, han sido los representantes de la comunidad judía en Cataluña: además de racista, ¡antisemita!-- y ha asegurado, vía Elsa Artadi, que el consejo de ministros a celebrar próximamente en Barcelona es una provocación intolerable, como si el gobierno español no pudiera reunirse en el rincón del país que le salga de las narices.

Torra también ha tenido tiempo de encabezar la reacción de repulsa generalizada al partido de Santiago Abascal, que, a fin de cuentas, tampoco se diferencia tanto del suyo. Todos los nacionalistas se parecen, y lo de soltar majaderías malintencionadas envuelto en una bandera es algo que los convergentes llevan haciendo toda la vida. En cuanto al apoyo en el extranjero, el de Vox es de traca, sin duda, como se ha visto con los mensajes de felicitación emitidos por Marine LePen y David Duke, antiguo líder del Ku Klux Klan; pero el que le llega a nuestros nacionalistas de figuras como Julian Assange o Pamela Anderson tampoco es como para echar cohetes: el primero parece haber jugado un papel bastante turbio en las últimas elecciones norteamericanas, con ayuda de los rusos, y la segunda es una de las peores actrices de todos los tiempos y está tan mal informada sobre Cataluña como su compatriota Spike Lee, convencido de que lo nuestro es como lo de Puerto Rico.

En cualquier caso, creo que Torra debería mostrar agradecimiento a sus leales en el extranjero. Ya sé que Assange no puede instalarse en Cataluña porque lo detienen nada más salir de la embajada ecuatoriana en Londres, y que Spike Lee tiene mucho trabajo en casa, pero Pamela Anderson, que lleva tiempo muerta de asco, tal vez aceptaría prebendas del nacionalismo: protagonizar un culebrón de TV3, animar mítines, disfrazar un ayuno para perder peso de huelga de hambre, impartir cursillos de maquillaje progresista a las de la CUP… Los de Vox se quedarían con un palmo de narices: por locos que estén, dudo que tengan el cuajo de invitar a David Duke a crucificar y prender fuego en directo a un negro, a un moro o a un votante de Podemos.