La necesidad de feminizar el cuerpo de los Mossos d'Esquadra y de eliminar personalismos a lo Trapero ha llevado, según el consejero Elena, al destierro a la comisaría de Rubí del intendente Antoni Rodríguez, y quien no esté de acuerdo con semejante explicación es un botifler, un mal catalán y, probablemente, un genuino enemigo de Cataluña empeñado en sostener que a Rodríguez se lo han quitado de encima para que deje de meter las narices en los asuntillos personales de Miquel Buch y Laura Borràs, cuyas (presuntas) trapisondas estaba investigando con la aprobación del mayor Trapero, actualmente en espera de un destino que todos intuimos tan glorioso como el del insensato Rodríguez.

Son acciones como esta las que van incrementando de manera exponencial el número de botiflers, de malos catalanes y de genuinos enemigos de Cataluña, pues no hay quien se trague (salvo en casos muy graves de lazismo agudo) las explicaciones de la autoridad. Rodríguez, por cierto, ya tuvo que pedir amparo al TSJC hace un tiempo porque los políticos se inmiscuían en su trabajo y le ponían todo tipo de palos en las ruedas: Buch y Borrás eran intocables, aunque el primero le hubiera asignado a Puchi un mosso a guisa de guardaespaldas (¡un funcionario pagado con dinero público para proteger a un fugitivo de la justicia!: enhorabuena, señor Buch, eso sí que es conseguir la cuadratura del círculo) y la segunda fuera sospechosa de actividades económicas irregulares en beneficio de un amigote cuando dirigía la ILC (todo patrañas, según la Geganta del pi, aunque el amigote en cuestión tuviera cierta mala fama por su relación con el narcotráfico).

Los lazis siempre han entendido mal el célebre Yes, we can de Barack Obama. O le han completado la frase a su manera: sí, podemos hacer lo que nos salga de las narices. Desde que Trapero dijo que tenía un plan para detener a la banda de Puchi si se lo ordenaba un juez, el antiguo héroe de la Rambla de Barcelona y de Cambrils empezó a oler a muerto. Y una vez se deshicieron de él, les tocó el turno a sus hombres de confianza (para acabarlo de arreglar, Trapero no movió un dedo para alejar al chismoso de Rodríguez de las molestas investigaciones sobre Buch y Borràs). Por eso ahora me envían al pobre Rodríguez a una comisaría de pueblo, donde se confía en que se muera de asco, se aburra como una seta o se sienta tan basureado que presente la dimisión y solicite una plaza de segurata en el Bonpreu (donde no se la darán porque el jefe es un cebolludo de cuidado que tortura a los clientes a base de rock catalán de los años 80: doy fe de tan cruel tratamiento, por no hablar de la insistencia del personal en endilgarte décimos de la Grossa o de la absurda venta en un supermercado de los libros que Xevi Xirgo le escribe a Puigdemont, único periodista en el mundo que necesita a otro periodista para juntar cuatro frases y que se entiendan, más o menos).

La oposición habla de purga en los Mossos, pero el gobiernillo se dedica a tirar pelotas fuera mientras el consejero Joan Ignasi Elena, notable tránsfuga del PSC que se dio cuenta a tiempo de que en el mundo lazi se medraba más que en el real, se resiste a dar explicaciones en sede parlamentaria. Hasta Salvador Illa, que se tragó sin chistar el nombramiento del citado señor Xirgo para controlar la CCMA (¡que ya es tragar!), ha usado el término purga para referirse a los últimos cambios en la policía autonómica, aunque con la innecesaria precisión de que lo hacía con todo respeto.

¿Respeto, mi buen Salvador? ¿Qué respeto merece una gente que quiere una policía política fiel al régimen y que aparta de sus investigaciones a un profesional que se toma en serio su trabajo para desterrarlo a Rubí? La jugada del señor Elena (y sus jefes) no solo es despreciable, sino también burda, de una desfachatez caciquil absolutamente impresentable. Si cuela, cuela, debieron pensar el tránsfuga trepilla y sus mandamases mientras se inventaban las chorradas del fin de los personalismos y la feminización del cuerpo. Para dar por buenas las explicaciones del gobiernillo hay que ser muy tonto o muy lazi, lo que, por otra parte, viene a ser lo mismo.