En la política catalana, teóricamente, no hay cargos vitalicios, pero lo que más se le parece es la Sindicatura de greuges, ocupada a perpetuidad por un antiguo representante de la gauche caviar reciclado en mayordomo de los nacionalistas, el inefable Rafael Ribó. Cuando hacía como que era comunista, los discursos se los escribía Manuel Vázquez Montalbán; ahora, sin necesidad de que Torra le pase los textos que debe leer en voz alta, el hombre dice siempre lo que sabe que va a ser más del agrado del sujeto que exige a los catalanes sacrificios constantes y martirio del bueno. Lo acaba de volver a demostrar con el chorreo que les ha pegado a los mossos d'esquadra y a la policía nacional por, según él, habérseles ido la mano (y la porra) con los freedom fighters que pusieron patas arriba Barcelona hace unas semanas. Ribó no ha necesitado hablar con ningún poli para redactar su informe: con las declaraciones de los supuestamente apaleados ha tenido suficiente para denunciar la intolerable represión de las fuerzas del orden sobre unos pobres chavales que solo querían prender fuego a la ciudad por el bien de Cataluña.
¿Por qué lo ha hecho? Ya llevaba suficientes méritos acumulados para seguir siendo el defensor de la mitad del pueblo catalán hasta el día del juicio. ¿Una vieja pulsión antisistema de cuando decía que combatía al franquismo, ya fuese desde su casa de campo o desde la barra de Bocaccio? ¿Acaso peligraban sus viajes por el mundo en compañía de su secretaria/novia a costa del erario público? ¿O se trata de la típica acción del converso que ha cambiado a Marx por Sala i Martín? En cualquier caso, su visión del asunto coincide con la de Torra, así que debe creer que va por el buen camino, aunque habría que recordarle que a su líder espiritual le quedan dos Telenoticies como supuesto presidente de la Generalitat.
Igual es pura nostalgia de su juventud, cuando se supone que corría delante de los grises: ya solo le falta que el desaparecido Garganté, de la CUP, le regale su bonita camiseta con el anagrama ACAB (All Cops are Bastards). A la inoportunidad de Ada Colau, proponiendo el traslado de la comisaría de Via Laietana, Ribó añade la suya y una visión miope de los hechos: los que recorrimos el paseo de Gràcia esquivando hogueras y viendo a bomberos que se tocaban las narices (¿ni una suspensión por negligencia?: no, porque los bomberos serán siempre nuestros) vimos las cosas de otra manera y creemos que la represión de los disturbios fue mucho más suave de lo que lo habría sido en Francia (dos docenas de gilets jaunes muertos).
A Ribó se le antoja intolerable porque él no sufrió el asedio de unos energúmenos alimentados con odio por el gobierno autónomo al que servilmente rinde constante pleitesía. Me recuerda a Iñaki Anasagasti, que solo se quejó de los cirios abertzales cuando le prendieron fuego a un autobús en el que viajaba su santa madre. ¡Hasta ahí podíamos llegar! Ertzainas, maderos y maketos en general, vale, pero la autora de mis días… ¡Ni hablar! Me huelo que Ribó solo volverá al mundo real si le prenden fuego a su mansión campestre. No estoy dando ideas a la turba, por supuesto, pero alquilar un autobús entre cuarenta CDR tampoco debe de salir tan caro, ¿no? Y el saqueo va incluido, que a nadie le viene mal una pantalla de plasma por la patilla.