Cada año me pierdo el discurso navideño del Rey de España. No porque le tenga manía ni me moleste especialmente la monarquía, sino porque es tan previsible como el de su padre, el emérito: portaos bien, no seáis malos, no me deis problemas o sus vais a enterar de lo que vale un peine, la unidad en la diversidad y bla, bla, bla. Banalidades expresadas con aparente buena intención que tanto da escucharlas como no. Y total, a la mañana siguiente, la prensa te hace un resumen del exordio, que te lleva a la conclusión de que el discurso fue, más o menos, el de siempre.

No soy el único que se toma con esta pachorra el monólogo navideño de su majestad, y casi todos los que comparten mi actitud son, como yo, ciudadanos españoles a los que les gusta serlo, gente que respeta la Constitución y que se conforma con un gobierno que no nos haga pasar mucha vergüenza con sus corruptelas, sus chorradas y su natural tendencia al latrocinio. Nos da igual monarquía que república, pero casi que nos quedamos con la monarquía, pues las infantas son muy monas y nuestros aspirantes a presidir la hipotética república española dan más miedo que un nublado (por no hablar de los de la aún más hipotética República catalana, que ya son de espanto).

Curiosamente, los que no se pierden jamás el discurso de Felipe VI son los independentistas y lo más tonto de la izquierda y de la derecha españolas; es decir, los políticos y votantes de Podemos y de Vox. Los de Iglesias, para hacerse los republicanos, que sale gratis y tampoco compromete a nada; los de Abascal, para ver si pillan al Rey en un supuesto renuncio que les permita señalarlo como el comunista vendepatrias que creen que es: ¡que a ellos no se la da con queso ese bolchevique con corona!

Los independentistas catalanes también se tragan entero el fárrago real para poder responder a Felipe VI de manera chusca, grosera y desagradable. Ahí tenemos a Chis Torra, diciendo que Cataluña no es ningún problema, que, para problemones, el que tiene la Unión Europea con España. Y se queda tan ancho, convencido de que en Europa no ven la hora de expulsar a España y recibir con los brazos abiertos a la República catalana. Los indepes sin cargo siempre pueden desfogarse en Twitter, que para algo es el rincón del energúmeno, del resentido y del miserable.

No negaré que tengo mucha experiencia en saltarme el discurso del jefe del Estado. Empecé con Franco cuando tuve edad suficiente para darme a la fuga la noche de autos (de pequeño no me atrevía ni ir a mear porque mi padre me hubiese arreado un sopapo al ver que pretendía dejar al Caudillo con la palabra en la boca). Continué con don Juan Carlos, el presidente de turno del Gobierno español, Jordi Pujol y sus sucesores y demás sujetos que se creen con derecho a dirigirle la palabra al pueblo (a este paso, hasta el presidente de una comunidad de vecinos acabará convocando a estos a un rollo en directo y con megáfono en la plaza más cercana).

Así pues, que sigan buscándole defectos al Rey Torra, Iglesias y Abascal, que yo y una gran parte de los españoles solemos tener cosas mejores que hacer a esas horas.