Nueva tangana entre la (abultada) plantilla de TV3 y las productoras que colocan sus cosas en la nostra a raíz de unas declaraciones de Salvador Alsius e Isona Passola en las que se insinuaba que en nuestra televisión (supuestamente) pública sobra gente. Como de costumbre, la plantilla ha reaccionado como un solo hombre (o una sola mujer) en defensa de sus puestos de trabajo, arremetiendo de paso contra esas productoras que hacen cosas de las que podrían encargarse ellos (o ellas) tranquilamente, en vez de estar tocándose las narices en el pasillo. La plantilla de TV3 --y ya no hablemos del CAC-- casi nunca tiene nada que decir ante la conversión evidente de una televisión teóricamente pública en el principal elemento de agitación y propaganda del régimen, pero en cuanto intuye que sus sueldos peligran, salta como una fiera cuyos arañazos se llevan la Passola o el Alsius de turno.

Evidentemente, los 2.300 empleados de TV3 no son los únicos en mirar por sus intereses. Las productoras, casi siempre las mismas, que nutren a la casa de series y programas también van a la suya, objetivo para el que Isona Passola es insuperable en su condición de pedigüeña mayor del reino (sector audiovisual), pues siempre está reclamando pasta de la administración para los suyos en general y para ella en particular (actividad que lleva a cabo también en España, país del que quiere independizarse, pero al que, de momento, le pone el cazo para que financie sus películas). Aunque no siento especial simpatía ni por la plantilla de TV3 ni por las productoras que aspiran a vivir de ella, es indudable que aquí, como diría el comisario Maigret, hay algo que chirría: si con 2.300 personas en nómina, tienes que recurrir a ayuda externa para llenar la parrilla es que no estás haciendo las cosas muy bien. Ya sé que es delicado dejar en la calle a la mitad de esa plantilla, pero la culpa es de la administración por haberla inflado a lo largo de los años siguiendo el ejemplo de TVE.

Hace años, un amigo que entró de realizador en la casa en sus inicios me contó que aquello estaba lleno de despachos ocupados por personas que no se sabía muy bien qué hacían y que habían sido enviadas a TV3 por el partido a calentar una silla y gastar moqueta. O sea, que lo más inútil de CiU acababa aparcado en Sant Joan Despí porque el régimen siempre cuida de los suyos, aunque estos sean de natural zote. A base de llenar la nostra de gente con la que no sabes qué hacer, la plantilla ha acabado adquiriendo unas dimensiones monstruosas. Y en vez de poner a trabajar hasta a los más lerdos, se recurre a la producción externa facturada, a ser posible, por amigos del régimen como Toni Soler o Tatxo Benet, un hombre que hace series documentales sobre el prusés que nadie le pide, las intenta endilgar a TV3 por un precio desquiciado que luego rebaja a la mitad y aquí paz y después gloria. Menos mal que en Cataluña nos sobra el dinero y, de la misma manera que el presidente de la 'Chene' cobra el doble que el del gobierno central, hay pasta para la plantilla y para las productoras amigas. Cuando se acaba, se solicita un suplemento presupuestario al gobiernillo y tira que te vas.

Dada la tendencia del asalariado al apalanque y la vagancia remunerada, puede que lo mejor para TV3 fuese reducir la plantilla al mínimo y encargarlo casi todo al exterior, ampliando un poco el abanico de paniaguados para que el sector audiovisual catalán en general pudiera respirar mejor. De todos modos, yo sigo defendiendo mi solución final: convertir TV3 en un canal temático de pago para lazis que estos deberían financiar de su bolsillo, librándome a mí (y a tantos otros) del apoquine anual de esos 32 euros que nos sacan para ponernos verdes, ignorarnos y basurearnos. Los alegres muchachos de la Plataforma por la Lengua ya propusieron convertir esos 32 euros en 64, pero se equivocaron al incluirme a mí (y al resto de botiflers) en el pago a escote de su fábrica de desahogos patrióticos: que se la paguen ellos como yo me pago las plataformas de streaming. Y acabemos de una vez con las broncas entre la plantilla del engendro y los sospechosos habituales en busca de monises públicos, que a más de la mitad de los catalanes nos traen sin cuidado.

 

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