Aunque solo lleva unos días en el Parlamento Europeo, el fugado Puigdemont, como era de prever, ya se ha hecho notar. A medias con su fiel (de momento) Toni Comín, ha mostrado ostensiblemente una foto del beato Junqueras (sobre fondo amarillo, claro) hasta que ha tenido que aparecer un ujier para pedirle amablemente que se metiera el retrato del presidiario por donde le cupiera. No contento con eso, se le ha visto charlar amigablemente con Nigel Farage, célebre energúmeno británico cuya especialidad consiste en salir en todas las fotos con una pinta de cerveza en la mano y riendo como un orate (también es verdad que, cuando solo te quieren los flamencos de extrema derecha, te apañas con cualquier cosa). Evidentemente, ya se ha tenido una bronca con una diputada española del PP, Dolors Montserrat. Y en el tiempo que le dejan libre sus charlotadas, el hombre anda buscando un grupo parlamentario que lo acoja en su seno.

Ese tema está complicado. Puchi se quiere colar entre los Verdes, pese a que sus preocupaciones ecológicas nunca se han hecho públicas, caso de existir. Con muy buen criterio, los Verdes intentan quitárselo de encima diciéndole que lo suyo son esos flamencos tan de derechas como él que tanto lo quieren, e insinuándole que estará muy a gusto en compañía de los alegres muchachos de Vox, de los que tampoco se diferencia tanto. O sea, que nuestro hombre está representando muy bien el papel de invitado molesto a una fiesta en la que todo el mundo le da esquinazo.

Es evidente que no puede aportar nada a la evolución positiva de Europa, continente que se la soplaba hasta que le dieron la credencial de parlamentario, y que lo único que va a conseguir es aburrir a sus colegas con sus disputas con diputados españoles que a la parroquia ni le van ni le vienen. Y es que el pobre Puchi se ha tomado como un apoyo a su persona lo que no es más que la estricta aplicación de las normas del Parlamento Europeo, a las que se agarra como a un clavo ardiendo, pues está en marcha el suplicatorio que podría desposeerle de su inmunidad.

De hecho, los principales grupos de la cámara se muestran bastante a favor de retirarle dicha inmunidad. Y más a favor estarán a medida que vayan pasando las semanas y todos vean que Puchi es un coñazo de dimensiones siderales, un solipsista que solo habla de lo suyo mientras confía en una intervención en España del Euroejército, que, de momento, no rebasa la condición de entelequia.

Puchi se ha venido arriba, ciertamente. Tanto, que ya se ha apuntado a visitar a sus compañeros en el talego amparado en una comisión europea. Por lo menos, de boquilla, pues no es la primera vez que anuncia su inminente regreso a Cataluña para al final no presentarse (recordemos el sainete del puente que unía Alemania y Francia, que ni él ni Comín se atrevieron a cruzar por si las moscas, que con los gendarmes nunca se sabe). Una baladronada más, propia de alguien capaz de fugarse en el maletero de un coche y dejar a sus secuaces con cara de idiota y en el trullo, pues sabe perfectamente que en cuanto pise territorio español lo trincan y se lo llevan a Soto del Real. Pese a su insufrible chulería, Puchi sabe que vive en tiempo prestado y que, tarde o temprano, pagará por lo que hizo.

Dejémosle, pues, disfrutar de su libertad, su credencial de euro diputado y sus rifirrafes con Dolors Montserrat, que luego todo será llanto y crujir de dientes. Le aconsejo, eso sí, que no siga abusando de la paciencia de sus camaradas porque creo que ya hay bofetadas para apuntarse a lo de retirarle la inmunidad parlamentaria. Y es que si ya saben cómo se pone, me pregunto, ¿para qué lo invitan?