El muy honorable Cocomocho tiene mucho tiempo libre y no da puntada sin hilo: todo lo que sirva para el convento es utilizado convenientemente, aunque a veces haya que tergiversar un poco la efeméride de turno. En ese sentido, lo de cantarle una cancioncilla a Lluís Llach, en compañía de varios secuaces, para felicitarle por los cincuenta años que lleva dándonos la tabarra con su voz de cabrita senegalesa, entra dentro de lo normal; pero lo de intentar celebrar a su manera el cuarenta aniversario del regreso de Tarradellas es de una cara dura insuperable, como lo es definir al difunto político y su circunstancia como precedentes de la situación que vive Cataluña en estos momentos.

Para empezar, Tarradellas era un señor razonable y posibilista que no aspiraba a la independencia del terruño, alguien que nunca habría apoyado los presupuestos marrulleros que ayer mismo impusieron el PDECat y ERC con la ayuda de la CUP y una señora de CSQP que, al parecer, iba por libre; presupuestos que, a estas alturas, ya deben andar de camino al Constitucional para su más que probable anulación por incluir unos monises para ese referéndum que, según Puigdemont y Junqueras, se hará sí o sí, dando muestras de su infinita capacidad de diálogo.

Lo de Cocomocho de intentar celebrar a su manera el cuarenta aniversario del regreso de Tarradellas es de una cara dura insuperable, como lo es definir al difunto político y su circunstancia como precedentes de la situación que vive Cataluña en estos momentos

Tarradellas no tuvo tiempo para opinar sobre Maragall, Mas, Montilla o Puigdemont, pero sí sabemos que despreciaba olímpicamente a Pujol, al que desacreditó de manera críptica diciendo que parecía un vendedor de azafrán. Tampoco me imagino a Tarradellas, tan dado a la pompa y la circunstancia, dejándose mangonear por unos perroflautas de dudosa higiene personal con la camiseta de manga corta por encima de la de manga larga. Ni escuchando las burradas de Romeva o de Rufián sin llevarse las manos a la calva.

Todavía no se ha presentado a Tarradellas como un independentista de pro, pero no descarto que suceda, pues abunda en el nacionalismo una voluntad muy creativa de reescribir la historia. ¿No convirtió Enric Vila a Josep Pla en un independentista antifranquista en su demencial volumen Josep Pla, el nostre heroi? ¿No ve Romeva falangistas a cascoporro en las manifestaciones de Societat Civil Catalana, como los ve la astuta trepilla radiofónica Silvia Cóppulo en el PSOE y el PP? Todo es cuestión de echarle imaginación. Por el bien de la patria, claro. Si no se impone la desidia, ya debería estar en marcha un programa especial de TV3 en el que se demuestre que Tarradellas abandonó Saint Martin le Beau para proclamar la independencia de Cataluña. Si la autoridad competente no le ha encargado ya el guion a Víctor Cucurull, será porque con tanta bronca interna por el nombramiento de Vicent Sanchis, el intoxicador de guardia debe estar retenido en un pasillo por la inevitable pandilla de rojos que se quejan de vicio de la televisión más plural del Estado español, según atinada descripción del president.