Carles Puigdemont no se va a presentar a la reelección como presidente de Junts per Cat. Igual considera que ya tiene mucho trabajo con todo lo que hace en la Casa de la República y en el Parlamento Europeo, aunque a muchos nos parezca que en la primera se toca las narices a tres manos y en el segundo, se dedica casi exclusivamente a gimotear, quejarse y despotricar de España, país al que acaba de calificar de franquista por un quítame allá esas escuchas telefónicas. No da la impresión, francamente, de que Puchi se mate a trabajar, pero, aun así, el pluriempleo que representaba la presidencia de su club de fans se le antoja excesivo. Yo diría que ha tomado una decisión equivocada.

Presidir un partido político a distancia no es la mejor manera de hacerlo, pues te pueden crecer los enanos, hacerse los amos de tu chiringuito y acabar pasando de ti, que para algo estás en el quinto pino y solo sirves para liarla en sordina. Pero presidir Junts per Cat, aunque fuese desde Flandes, ayudaba, yo diría, a nuestro hombre a hacerse la ilusión de que existía y era relevante (lo segundo es falso, lo primero puede tratarse de un efecto óptico o de que nos ha sentado mal el almuerzo).

Puchi lleva casi cinco años fuera del terruño y, reconozcámoslo, cada vez le cae peor a más gente entre los que se supone que son los suyos: es como esas viejas pesadas que no saben conducir, pero van dando instrucciones desde el asiento del copiloto a quien va al volante del vehículo. En ERC no soportan a nuestra particular Reina Madre. Y en su propio partido, me temo que empiezan todos a darse cuenta de que no resulta de gran utilidad, aunque se agarre a lo que pueda para justificar la sopa boba de la que disfruta (en ese sentido, lo del Pegasus le ha venido de maravilla para dar cuatro voces, pero que no se confíe, que le pueden volver a cortar el micrófono en cualquier momento).

Viendo su paulatina caída en el olvido y la irrelevancia, en Junts x Cat ya hay quien se ha puesto a pensar en su sustituto (o, mejor dicho, sustituta): nada menos que Laura Borràs, a quien se le ha colocado como escudero (o secretario general del partido) a Jordi Turull, un hombre capaz de legar a un museo los miles de cartas que le enviaban al trullo los jubilators lazis y otros desocupados patrióticos y que no se podrán consultar hasta pasados veinticinco años de la muerte de cada corresponsal, lo cual es un engorro para esos millones de catalanes que nos moríamos de ganas de leerlas (aunque lo superaremos).

Reconozco que malinterpreté la herencia Turull y la confundí con su despedida del mundo de la política, cuando en realidad era un prólogo a la segunda fase de su carrera, bruscamente interrumpida por su célebre estancia a la sombra, precedida de su ejecución a manos de la CUP. De todos modos, que no se confíe, pues algunos allegados a la Geganta del Pi no lo miran con muy buenos ojos (básicamente, sus dos principales secuaces, Dalmases y Madaula).

Es indudable que Borràs tiene capacidad de liderazgo, si por tal cosa entendemos ser mandona y arbitraria y considerar el Parlamento catalán una especie de parvulario en el que se puede hacer callar (o, directamente, echar) a los niños díscolos que no muestran la debida obediencia a la señorita. El problema, que parece pasar inadvertido a sus fans, es que la van a inhabilitar más pronto que tarde, si es que no acaba también en el talego por corrupta. En ese momento, caso de haberse salido con la suya, Turull tomaría el mando y empezaría a sufrir el asedio de Canadell, que ya está empezando a moverse en vistas al congreso de junio, donde piensa ponerse las botas hablando de embates y confrontaciones y atajos de probada eficacia hacia la independencia.

Y mientras sucede todo eso, Puchi estará en Waterloo papando moscas y volverán a cortarle el micrófono en cuanto se descuide, lo de Pegasus habrá pasado a la historia, ERC habrá hecho las paces con el PSOE y Junts seguirá perdiendo apoyo popular a marchas forzadas.

Ser el presidente emérito de un partido político que se desmorona por la acción combinada de la justicia y su propia estupidez no es ningún chollo.