Manicomio catalán

Por una menstruación progresista

23 abril, 2016 00:00

Si no fuese por la CUP, hay días que uno no sabría de qué hablar en esta columna. Pero esa gente es una mina de oro, amigos, un pozo de petróleo que nunca deja de brotar. Y desde que les ha dado por el sector sanitario, están que se salen. Primero, el autobusero Garganté, al frente de una cuadrilla de matones progresistas, le sugiere amablemente a un médico que altere el parte de lesiones de un mantero a la fuga que se había caído solo para poner que fue brutalizado por la guardia urbana. Y luego, las lideresas de la formación la emprenden contra el támpax y proponen sustituirlo por el trapito lavable de toda la vida, la esponja marina y la copa menstrual.

Lo de la camiseta de manga corta encima de la de manga larga es insuperable, y espero con ansia el día en que propongan llevar la ropa interior por encima de la exterior

Lo del trapito lo pillo (la sostenibilidad, ya se sabe), y lo de la esponja marina, más o menos (es útil para marcar paquete y para amortiguar las posibles patadas de Garganté en la entrepierna durante una discusión acalorada sobre el patriarcado), pero lo de la copa menstrual me supera: no sé lo que es. Afortunadamente, recibo la llamada de una ex novia que quiere comentar la muerte de Prince y le consulto el tema: me dice que es un artefacto que te introduces por ahí y que almacena la sangre; según ella, el proceso de vaciarlo es una de las experiencias más desagradables y malolientes a las que pueda exponerse cualquier mujer.

No seré yo quien discuta los logros estéticos de la CUP --lo de la camiseta de manga corta encima de la de manga larga es insuperable, y espero con ansia el día en que propongan llevar la ropa interior por encima de la exterior: ¿quién no tiene ganas de ver a Garganté con los calzoncillos por encima de los pantalones?--, pero su acercamiento a la sanidad es, cuando menos, discutible. De hecho, esta idea de bombero de las esponjas y las copas me recuerda aquellos inefables reportajes de la revista Ajoblanco de finales de los setenta en los que, por ejemplo, te explicaban cuál era la manera más adecuada de cagar (con perdón): sentarse en el retrete era un grave atentado a la salud, así que lo suyo era poner un plato en el suelo, acuclillarse sobre él y darle un respiro a tus entrañas --nada se decía de la posibilidad de perder el equilibrio y aterrizar sobre tus propias heces--, opción incómoda a más no poder, pero de obligado cumplimiento para el troglodita contemporáneo.

En esa línea va la política de salud menstrual de la CUP, propia de un mundo alternativo viejuno al que dudo que se apunten muchas mujeres del siglo XXI. Quedo a la espera de su próxima y brillante propuesta.