Mientras escribo estas líneas, el presidente de la Generalitat anda reunido con sus consejeros (¡a puerta cerrada!) para ver si ERC y Junts x Cat siguen juntos al (supuesto) mando de la nave o si se envían mutuamente a hacer puñetas. La reunión ha venido precedida de una sobredosis de ultimátums ridículos: los de Puchi han amenazado a los de Aragonès con una moción de censura porque no les gusta cómo lleva este las cosas de la independencia (¿qué independencia?, me pregunto) y el presi ha reaccionado planteándole a Pedro Sánchez otro ultimátum para poner fecha a un nuevo referéndum de autodeterminación (que al presidente del Gobierno español le ha entrado por una oreja y le ha salido por la otra, si es que no lo ha expelido por el trasero en forma de humillante cuesco). Hace tiempo que los dos principales representantes del soberanismo catalán están a matar y poniéndose la zancadilla mutuamente, y que empieza a no regir la vieja máxima de que más vale tener al adversario dentro meando hacia fuera que fuera meando hacia dentro: más bien parece que ahí el adversario está dentro y meando hacia aún más adentro.

Puede que cuando ustedes lean esto, Junts x Cat haya abandonado el gobiernillo y ERC esté a punto de convocar elecciones, que es la principal fuente de diversión y entretenimiento de nuestras autoridades regionales, por lo menos, de un tiempo a esta parte. Laura Borràs ha contribuido al debate a su manera, diciendo que también podrían abandonar el gobiernillo los de ERC, pero nadie le ha hecho mucho caso: bastante tienen todos aguantando su molesta presencia en el Parlamento local, donde sigue materializándose, aunque ya no tenga nada que hacer en él (ahora se sitúa en la zona de invitados para vigilar lo que se dice ahí abajo e indignarse si conviene, eso cuando no está posando en fotos oficiales a las que nadie la ha invitado a sumarse).

Lamentablemente para el lazismo, no es lo mismo una crisis de gobierno que una crisis de gobiernillo, motivo por el cual la población catalana no se encuentra precisamente en vilo mientras redacto este artículo. La bronca entre Junts y ERC, francamente, no sorprende y ya cansa, y tengo la impresión de que a casi todos nos importa un rábano si hacen las paces o si se envían definitivamente al carajo. Más que nada, porque ambos se resisten a reconocer que desde la aplicación del 155 (inútilmente demorada por el cachazudo Rajoy) las cosas han cambiado en Cataluña y ha quedado muy claro cómo terminan las convocatorias de referéndums ilegales. La impresión que causan los dos principales partidos independentistas es la de que viven en un universo paralelo en el que basta con pedirle algo de manera educada (o con malos modos) al Gobierno central para que este se lo conceda. En teoría, unos y otros caminan hacia una independencia inevitable: los unos despacito y con mesas de diálogo (de sordos) y los otros, con prisas e inconveniencias. Ninguno de los dos partidos va a ninguna parte, pero ambos se niegan a reconocerlo. ERC considera a Junts una pandilla de energúmenos quiméricos y Junts piensa que ERC es una agencia de colocación para botiflers que solo piensan en mantener sus cargos (como si los de Puchi no apreciaran también los suyos). La tangana se arrastra desde hace demasiado tiempo como para poder mantener el interés del populacho, que asiste a esa reunión a puerta cerrada del Petitó de Pineda y sus secuaces bostezando y pensando en sus cosas.

Todo es ridículo en nuestro Gobierno autónomo: las declaraciones rimbombantes, los ultimátums absurdos, los debates parlamentarios con la señora Borràs de convidado de piedra… Pero ellos no parecen darse cuenta de nada. Se reúnen en dependencias de la Generalitat y se creen que todo el mundo está pendiente de los resultados del cónclave. ¿Que siguen juntos? Pues bueno, pues vale. ¿Que parten peras?, pues qué se le va a hacer y tal dia farà un any. Por regla general, todos tenemos de nosotros mismos una imagen mejor que la que detectan quienes nos rodean, pero mientras tal situación se mantenga en el ámbito de la vida privada, la cosa no reviste especial gravedad. Todo lo contrario de lo que ocurre cuando esas diferentes percepciones se dan en el mundo de la política cuando sus representantes se creen especiales y relevantes, pero el personal de a pie, en el fondo, los considera unos mindundis, unos pelmazos y unos cansinos cuyas decisiones le afectan hasta cierto punto. No creo ser el único al que le importa un rábano la reunión a puerta cerrada de marras. En el estado lamentable en que se encuentra occidente, ¿a quién puede interesarle lo que digan o hagan unos políticos de provincias que no van a alterar en nada el curso natural de los acontecimientos generales?

Sigan ustedes juntos. Sepárense. Hagan lo que quieran. Si eso, avísenme si convocan elecciones, que igual voy a votar, pero en este momento no se lo puedo asegurar.