Ahora que ya (casi) nos habíamos olvidado de la purga política en la policía autonómica que se llevó por delante al mayor Trapero --que firmó su cese cuando se le ocurrió decirle al juez que tenía preparado un plan para detener a Puigdemont durante los penosos hechos de octubre del 17--, resulta que sus dos principales mandamases no se soportan. Es más, el número uno, Josep Maria Estela, solicita que le quiten de en medio al número dos, Eduard Sallent, que fue el número uno tras el destierro de Trapero a una comisaría de barrio y que, según algunos, se sigue comportando como si aún lo fuera, cosa que saca de sus casillas a su superior. Mientras en Barcelona, durante las fiestas de su santa patrona, brillan las navajas que es un contento, los principales responsables de los Mossos d´Esquadra andan a la greña, lo cual no es que tranquilice mucho al personal pero, por otra parte, no sorprende demasiado: si en la Administración catalana no funciona prácticamente nada --los dos socios de gobierno también están a matar--, ¿por qué iban los mossos a ser una bendita excepción? Sobre todo, cuando da la impresión de que ni el director de la policía autonómica ni el consejero del ramo hacen gran cosa para controlar la situación (no controlan ni las filtraciones ya que, en teoría, la ciudadanía no tenía por qué saber nada del rifirrafe entre Estela y Sallent).

Ante tan incómoda situación, ¿qué hace Junts per Catalunya para mejorarla? Pues exigir que se le ponga una escolta de los mossos al fugado Puigdemont, como si vieran venir el magnicidio (o mochicidio, más bien) y nadie estuviera haciendo nada por evitarlo. Todo por el capón que se llevó Puchi hace unos días en el aeropuerto de Viena a cargo de un exaltado que salió pitando tras gritar “¡a la cárcel!”. O sea, una gamberrada que los de Turull pretenden convertir en un atentado por la cuenta que les trae, ya que así otorgan a su gurú una relevancia de la que carece, convirtiendo a un hombre básicamente ridículo en un caudillo providencial al que alguien podría querer quitar de en medio. No es así porque hay que pintar algo para que te quieran eliminar, y el pobre Puchi no pinta nada en su condición de símbolo-espantajo.

Mientras no funcionan correctamente ni el gobiernillo ni la policía, el lazismo se dedica a lo que mejor le sale: el teatro callejero. La temporada arrancó con la manifestación de la ANC del 11 de septiembre y continuará con los fastos previstos para el próximo 1 de octubre en vistas a celebrar el quinto aniversario del (supuesto) referéndum de auto determinación. No sé muy bien qué hay que celebrar, ya que la cosa acabó como el rosario de la aurora, con abuelitas aporreadas y políticos enviados al talego, pero supongo que se trata de fer bullir l´olla, de liarla un poco para que parezca que el prusés sigue vivo (según Puchi, no ha hecho más que empezar pero, claro, ¿qué va a decir si de eso depende su sustento y el de sus secuaces, incluido Valtònyc, que tiene pinta de comer como una lima?). TV3 ya va calentando el ambiente al anunciar un documental sobre las sagradas urnas que la policía española fue incapaz de localizar, pues esa es la función de todo departamento de agitación y propaganda que se precie, pero sus responsables deben saber perfectamente que lo del 1 de octubre será una nueva representación teatral que no llevará a ninguna parte.

Entre la realidad y la ficción, el lazismo se ha inclinado por la ficción, por una especie de show de Truman que sus medios de comunicación (por llamarlos de alguna manera) diseñan con esmero. Una ficción en la que el 1 de octubre fue una victoria contra el opresor y en la que una colleja se convierte prácticamente en magnicidio. Se trata de animar a las tropas y eso no se consigue con la realidad de un gobierno dividido, una policía en la que no se sabe muy bien quien manda y un héroe de la independencia en el exilio que no es más que un fantasmón al que se puede freír a sopapos sin que pase nada. Ya lo dijo John Ford: “Entre la realidad y la leyenda, imprime la leyenda”.