El consejero de Interior de la Generalitat, Miquel Sàmper, ha dicho que, de momento, no piensa pedir ayuda al estado para atajar los violentos disturbios que han tenido lugar últimamente en Barcelona y otros puntos de Cataluña. Ese tipo de afirmaciones van con el cargo, pues ya las hacía su antecesor, el ex portero de discoteca Buch. Yo creo que Sàmper se equivoca, pues ha quedado meridianamente claro que los Mossos d'Esquadra no se han lucido precisamente durante las protestas por el encarcelamiento de Pablo Hasél, aunque las instrucciones pusilánimes de unos políticos más interesados en hacerle la pelota a la CUP que en cumplir con sus obligaciones pueden haber tenido bastante que ver en su mediocre respuesta a los alborotos. En Barcelona, para contribuir al sindiós, Ada Colau ya se ha encargado de mantener a sus antidisturbios acuartelados y tocándose las narices, no se le fueran a sublevar las bases y perdiera puntos para las próximas elecciones municipales.

A Miquel Sàmper lo han colocado en Interior como podrían haberlo colocado en cualquier otra parte, dado que la administración independentista no cree en la meritocracia y, a la hora de repartir cargos, solo tiene en cuenta la inquebrantable adhesión al régimen y la fe ciega en los principios fundamentales del Movimiento Nacional. Al igual que el inefable Alonso-Cuevillas, Sàmper era un abogado al que no le iban muy bien las cosas hasta que se hizo lazi de la noche a la mañana --dicen que por influencia de la parienta-- y empezó a medrar como por arte de magia. Lógicamente, carece de preparación alguna para el cargo que le ha tocado en la tómbola indepe y solo se preocupa de no caer en desgracia con sus padrinos. De ahí que no contemple pedir ayuda a la policía nacional, aunque yo creo que debería hacerlo por su propio bien y por integrarse en una noble tradición de nuestra admirable burguesía: basta con echar un vistazo a nuestra historia reciente para comprobar que cada vez que pintaban bastos para nuestros buenos burgueses, éstos recurrían siempre a lo más bruto que podía ofrecerles España (Primo de Rivera o Franco, por poner un par de ejemplos). Luego, una vez amansado el obrero, ya podían despotricar de Madrid y soltar unos duros para el catalán en la escuela e iniciativas semejantes, pero desde la tranquilidad que otorga el que alguien te haya sacado las castañas del fuego.

En esa línea de, digamos, pensamiento, yo creo que recurrir a la policía nacional sería una medida tan lógica como inteligente. Al no depender de la CUP, los maderos podrían repartir estopa a granel y saltarle un ojo (o un testículo) a algún manifestante sin que la imagen de la Generalitat saliese perjudicada. Una vez apaciguada la situación, el propio Sàmper podría soltar unas lágrimas de cocodrilo lazi, denunciar la violencia excesiva de los polis españoles y aprovechar para exigir un referéndum de independencia. Pero el problema estaría resuelto sin que ni los políticos ni el mayor Trapero tuvieran que mancharse las manos y meterse en problemas. Es lo que se llama matar dos pájaros de un tiro: primero llamas al colonizador para que te machaque a los sujetos molestos que tú no te atreves a poner en su sitio y luego lo pones verde en beneficio de tu propia causa.

No sé qué pensará el señor Sàmper de mi humilde proposición, pero a mi se me antoja un win win que ni los del Astut.