Declarar a alguien persona non grata en una localidad determinada suele ser una pérdida de tiempo para quien se toma la molestia de hacerlo, que en España acostumbra a ser el alcalde de algún pueblo en el que gobiernan los nacionalistas. En Cataluña, el fan de Puchi de turno decide declarar persona non grata a alguien que le cae mal –generalmente, porque no se ha mostrado muy cariñoso con los procesistas— y este, con la ley en la mano, se pasa por el arco de triunfo su supuesto destierro y continúa deambulando tan tranquilo por ese lugar del que, en teoría, lo han echado. Supongo que es lo que hará el juez Llarena, a quien la alcaldesa de ERC en Sant Cugat ha declarado persona non grata, con el apoyo de Junts y la CUP, y que tiene un apartamento en ese pueblo de ricachones (que ya fue atacado con pintura hace un tiempo por las juventudes de la CUP). Lo máximo que puede pasar es que al señor juez se le inflen las narices, se venda el apartamento y no vuelva a poner los pies en esa cima de la calidad de vida que es Sant Cugat. Pero si quiere conservarlo y pasar temporadas en él, nadie se lo puede impedir, ya que la declaración de persona non grata es uno de esos brindis al sol que tanto les gusta escenificar a nuestros lazis, siempre acostumbrados a estirar más el brazo que la manga.

Y es que si quieres demostrarle a alguien que no es bienvenido en tu pueblo o ciudad lo mejor es aplicarle el tratamiento que ha recibido Pere Aragonès en Nueva York, donde no ha conseguido reunirse con ningún político de cierto peso, ha sido ignorado hasta por el alcalde, que debe tener cosas mejores que hacer que quedar bien con un presidente regional europeo con ínfulas de jefe de estado, y se ha visto obligado a concentrarse en la promoción del pan con tomate, el fuet y las anchoas de L’Escala, lo cual no me parece mal, pues ya se sabe que no hay como atiborrar de comida y bebida al personal para captar su atención, pero yo diría que no puede hablarse de medidas de gran nivel. En la práctica, la cosa ha consistido en visitar a Mary Ann Newman, eterna propagandista del hecho diferencial, por lo que nos habría salido más barata invitarla a pasar una semana en Port Aventura con todos los gastos pagados.

Yo diría que hay dos maneras de aplicarle a alguien el tratamiento de persona non grata, la que ha sufrido Llarena (de palabra y, por consiguiente, irrelevante, pues solo es un gesto inútil de cara a la galería) y la que se ha encontrado el Petitó de Pineda en su viaje a la gran manzana, donde nadie que pinte algo se ha prestado a darle conversación. Tengo la impresión de que cuando vas a un país en plan estadista y no te recibe ni el alcalde de su principal ciudad, la cosa se parece bastante a una declaración de persona non grata. Y una declaración más grave que la que acaba de encajar el juez Llarena, que no necesita el permiso de una alcaldesa para visitar o no visitar un pueblo español. Los lazis tienen estas cosas: por un lado, amagan con desterrar a un miembro del poder judicial y por otro, invitan al parlamento regional a líderes islámicos pendientes de expulsión de España porque hay fundadas sospechas de que se dedican a propagar el yihadismo desde unas mezquitas en las que nadie sabe lo que se dice porque impera el buen rollo multi culti (con su posible captación de votos) sobre la defensa nacional.

Llarena será, teóricamente, persona non grata en Sant Cugat, pero Aragonès lo es en la práctica en Nueva York, donde, aparte de darle las gracias por el vino, las anchoas y los embutidos, se le ha dejado bien claro que su presencia no emociona precisamente a las fuerzas vivas del lugar. Y es que no declara persona non grata a alguien quien quiere, sino quien puede.