Oriol Pujol, el hereu imposible (por su propia estupidez), no se va a pudrir en el trullo precisamente. Le cayeron dos años y medio por su chapucero conato de timo de la estampita a cuenta de la inspección de vehículos, pero debe de portarse tan bien entre rejas que pronto accederá al régimen abierto, ese privilegio que consiste en ir a dormir al talego y poder así dedicar la jornada a reinsertarse en la sociedad o, lo que es más probable en este caso, a planificar nuevas trapisondas. Como la cosa penitenciaria depende de la Generalitat y la Generalitat está en manos de ese señor que dice que el pueblo es él y que cuelga pancartas en el balcón —cada día una distinta, para que no nos asustemos cuando empiece a permitir publicidad en el palacio de la Generalitat y un día se anuncie Coca-Cola y otro Samsung—, pues dos meses y pico y a la calle, que ya es hora de pasearnos a cuerpo, como decía Paco Ibáñez en un contexto diferente.

Nuestros nacionalistas siempre han entendido a su manera el célebre Yes, we can de Barack Obama. Es decir, como mandamos nosotros, hacemos lo que nos sale del níspero, que siempre es democrático porque todo lo que hacemos es democrático por definición, de la misma manera que todo lo que hacen los que nos caen mal es fascismo del peor. Todos dábamos por hecho que Oriol, esa lumbrera, no iba a cumplir completa la suave condena que le había caído, pero, en nuestra ingenuidad, pensábamos que por lo menos se chuparía un añito de trullo. Parecemos tontos. Desconocemos los límites que pueden alcanzar Torra y sus torreznos en su desfachatez. Si este chollo le hubiese caído a Rato o a Bárcenas, nuestros dos presidentes, el de dentro y el de fuera, se habrían rasgado las vestiduras y comentado la pervivencia del franquismo en España. Pero como Oriol es de los nuestros —vale, ya sabemos que no tiene muchas luces y que el genio de la familia es Júnior, que también anda suelto por motivos incomprensibles—, hay que darle cuartelillo al chaval.

No sé para qué se ofreció en su momento el más tonto de los hermanos Pujol para hacer trabajos sociales en vez de ir a la cárcel, pues es evidente que la opción final era la buena. Casi hubiese sido mejor aceptar su oferta y ponerle a fregar las sedes del PSC, PP y Ciutadans (y la de Vox, si es que existe y no se reúnen en ese bar de un chino que es fan de Franco, bar de cuya limpieza, por cierto, también podría haberse encargado el bueno de Oriol). Lo podríamos haber puesto a recoger lazos amarillos y a limpiar los excrementos que Arran deposita a la entrada de ciertos edificios oficiales. Podría haber ejercido de acomodador en los mítines de Pablo Casado en Barcelona. Se me ocurren una serie de medidas humillantes con las que podría haber saldado mínimamente su deuda con la sociedad, pero me las jorobó ese juez que lo envió a galeras creyendo, el pobre, que así se hacía justicia. No tuvo presente el señor juez que el reo contaba con padrinos en el exterior, y que a éstos les importa un rábano lo que piense el pueblo catalán de sus cacicadas. ¿Cómo le van a importar a Chis Torra si él es el pueblo?