Nadie duda de que a Oriol Junqueras le encantaría ser el primer presidente de la República catalana, pero algunos tenemos la impresión de que tampoco le haría ascos a presidir una nueva administración autonómica. ¿Independencia? Por supuesto, pero sin prisas, por favor, sin empujar, que su partido nunca había estado tan cerca de tomar el poder y no es cuestión de echarlo todo a perder por un quítame allá esa inhabilitación. De hecho, nuestro Oriol lleva tiempo poniéndose de perfil ante todo lo que pueda despertar el interés de la justicia española por su oronda persona. Y no es el único en Junts pel Sí, aunque al Junqui le cabe el honor de ser el pionero de esa actitud modelo "a mí que me registren".

Aquí todos se mueren por el referéndum, pero nadie tiene muchas ganas de dar la cara por él

Cuando su jefe le dijo que le tocaba a él firmar la convocatoria del referéndum, el hombre contraatacó proponiendo que la firmara todo el mundo, no fuera a ser que luego se salieran todos de rositas menos él. Y ha hecho escuela: le acaba de pedir a Meritxell Borràs que se encargue del asunto de conseguir urnas y la otra le ha respondido que quiere la orden por escrito. Vamos, que aquí todos se mueren por el referéndum, pero nadie tiene muchas ganas de dar la cara por él. A falta de eso, se dedican a hacerlo todo en la clandestinidad, emulando la legendaria astucia de Artur Mas: nos desconectan de España entre ellos, pero no nos explican nada a los ciudadanos, por si nos vamos de la lengua y nos oyen los españoles; siguen adelante con el referéndum, pero aquí no firma un papel ni Dios. Igual piensan convocarnos personalmente, por vía telefónica, para informarnos del día del referéndum y del colegio electoral que nos toca.

No quisiera estar en el pellejo de mosén Junqueras, francamente, pues se enfrenta a la disyuntiva entre ser gavilán o paloma, de la que tanto provecho sacó hace años el inolvidable Pablo Abraira. ¿Gavilán inhabilitado o palomo en jefe autonómico?, ésa es la cuestión. Por lo que intuyo de Junqueras --un hombre de orden y misa dominical--, no me lo imagino saliendo al balcón de la Generalitat a proclamar la independencia de Cataluña. Por el contrario, lo veo perfectamente de presidente autonómico dispuesto a tirarse cuatro años --o mejor, ocho--, negociando con Madrid, regateando competencias, montando una pataleta soberanista de vez en cuando y diciendo a sus votantes que la independencia llegará algún día, que tengan paciencia un par de siglos más, que la cosa acabará cayendo por su propio peso. Y si, además, se hunden en las elecciones el PDeCat y la CUP, pues todo eso que se lleva.