Según una reciente encuesta del CIS sobre la crispación política en España, solo el 1'9% de los consultados cree que el independentismo contribuye a dicha crispación, mientras que le ganan por goleada partidos como el PP, el PSOE o Podemos. Deduzco de estos datos que los indepes solo crispan (o lo intentan) en Cataluña y gracias a la colaboración de los medios de agitación y propaganda del régimen. Para entendernos, si vives en Barcelona y te tragas los Tele Notícies, tiendes a sobrevalorar la crispación que generan los lazis. Y si además ves alguna entrega del Mes 3/24 o del FAQS, puedes llegar a pensar que la tabarra procesista es un ente vivo y en constante crecimiento que no está dispuesto a dejar piedra sobre piedra. Pero si vives en Madrid, ni te enteras de las maniobras orquestales en la oscuridad a las que se entrega el lazismo, entre otros motivos, porque bastante trabajo tienes aguantando a Díaz Ayuso o a Irene Montero, que son las cruces que te han caído más cerca. De ahí los resultados de esa encuesta del CIS, que no dudo en calificar de tranquilizadores. De hecho, me recuerdan a aquellos conocidos indepes que, si te pillaban a la vuelta de la capital del reino, te hacían aquella pregunta tan entrañable que rezaba: “¿Y qué dicen de nosotros en Madrid?”. A la que tú, sintiéndolo mucho por ellos, te veías obligado a responder: “Nada”.

Yo diría que hace tiempo que el independentismo catalán ha dejado de generar inquietud en el resto de España. Lo consiguió mínimamente cuando el sainete de octubre del 17, pero sin unos medios de intoxicación que te machaquen sobre el inframundo lazi es muy difícil conseguir que te tengan presente. Por eso se han agarrado al Pegasus como a un clavo ardiendo, y hasta se han cobrado la cabeza de la directora del CNI, Paz Esteban, pero ni así logran crispar todo lo que les gustaría. Es como si España le hubiese cogido la medida al lazismo y supiera que solo se dedica a chinchar, a ser muy desagradable, a basurear a Aragón en lo de los Juegos Olímpicos de invierno de 2030 y a amagar con audaces desobediencias, pero que no constituye un peligro real para la nación.

En España, caso de que se enteren, a nadie le sorprende que Quim Torra diga que no piensa pagar las multas que le caen por desobediencia, pero siempre las acabe pagando (aunque refunfuñe lo suyo). En España saben que las alharacas de González Cambray no llegarán a ninguna parte y en las escuelas catalanas se acabará aplicando el 25% de clases en castellano (si no más). En España se toman a pitorreo los contactos de Puigdemont con los rusos porque, aunque no sepan quién es el quimérico Víctor Terradellas (en tiempos responsable de relaciones internacionales del independentismo y actualmente con serios problemas para reunir los avales que le permitan presentarse a alcalde de Reus), intuyen que se trata de hazañas dignas de Anacleto, agente secreto (a una de las reuniones asistieron hasta un catalán metido en una estafa de venta de gas a Ucrania y un ruso que andaba por aquí de turismo hospitalario). España, en suma, no se toma en serio al lazismo. Y, claro está, así no hay quien contribuya a elevar el nivel de la crispación, tema del que se han de encargar los partidos de ámbito nacional.

Suele decirse que lo del prusés es, básicamente, un problema de régimen interno, una discrepancia entre dos concepciones de Cataluña que andan bastante empatadas, aunque el lazismo ofrezca mayores muestras de derrota, sobre todo desde que la aplicación del 155 dejó bien claro hasta donde se podía llegar y hasta donde no. Desactivado (más o menos: que se lo pregunten a Paz Esteban) el llamado problema catalán en el imaginario español, dicho problema acaba siéndolo casi exclusivamente de los catalanes, que seguimos instalados en el Día de la Marmota, mientras para nuestros vecinos corre el calendario que da gusto verlo. ¿Cómo se van a acordar de Puigdemont en Aranda de Duero si ya casi no nos acordamos de él en el Eixample barcelonés? De problema nacional, el lazismo ha pasado a tabarra doméstica. Aburrimos más de lo que crispamos. Y esto, como demuestra la encuesta del CIS, no ha hecho más que empezar.