Si te subes encima de un muerto, pareces más alto. Y si te encaramas a un escándalo (aunque no sea tal: el servicio secreto espía a posibles enemigos del Estado, ¡menuda noticia!) y lo haces impostando una santa indignación, también. Por eso Pere Aragonès, con el que la naturaleza no se mostró muy generosa en el momento de su concepción, ha pedido la cabeza de Margarita Robles, que lo único que ha hecho es decirles a los lazis lo que debería espetarles Pedro Sánchez si no lo tuviesen agarrado por los cataplines en asuntos relativos a la conservación del sillón presidencial.

El Petitó de Pineda se ha ofendido (o lo ha fingido) ante la sinceridad de la ministra de Defensa, quien le ha venido a decir que a la gente como él hay que tenerla vigilada por el bien de España. Un poco de sobreactuación nunca viene mal, sobre todo cuando va creciendo el número de patriotas que encuentran muy sospechoso que nadie espiara al beato Junqueras, jefe de filas de Aragonès, a quien los indepes más radicales acusan constantemente de traidor y colaboracionista.

La andanada de Robles le ha venido muy bien al niño barbudo para marcar paquetillo, de la misma manera que todo el asunto Pegasus ha supuesto una inyección de moral y gasolina para un procesismo cada vez más irrelevante. Y, desde luego, no es el momento de recordar aquella época en que los Mossos se pusieron a vigilar a políticos y periodistas desafectos al régimen, asunto que quedó sin investigar porque el lazismo en pleno lo impidió.

No va a ser el caso de lo del Pegasus. Sánchez, por la cuenta que le trae, no para de deshacerse en excusas por las escuchas mientras hace como que defiende al CNI y envía a Robles a decir lo que él mismo debe pensar: que una pandilla de golpistas no tiene derecho a pedir explicaciones de nada y debería conformarse con que sus miembros no estén entre rejas y sus partidos, ilegalizados. De hecho, si en su momento hubiésemos seguido el ejemplo de la Constitución alemana y se hubieran ilegalizado los partidos independentistas, ahora no estaríamos asistiendo al espectáculo lamentable de todo un presidente del Gobierno perdiendo el culo (con perdón) para hacerse perdonar unas actividades que forman parte de su trabajo, como son las encaminadas a proteger al estado de sus enemigos interiores.

Mientras envía a Robles a decir lo que él no puede decir sin buscarse más problemas, Sánchez urge a Meritxell Batet a permitir el acceso a los secretos oficiales de partidos como ERC, Bildu o la CUP, que es como poner al zorro a cuidar de las gallinas, pues la lealtad institucional es un concepto que en el inframundo separatista ni se contempla. Ya sabíamos que Sánchez era capaz de prácticamente cualquier cosa, pero en estos momentos está haciendo un papelón siniestro que, además, puede acabar costándole caro, pues cuanto más contemporizador se muestra con los lazis, más crece el voto del PP y de Vox. Pero siendo el personaje como es, hasta que no vea que le sale más a cuenta desairar a sus socios de gobierno que reírles las gracias, no variará su actitud.

El lazismo ha decidido humillarle y él se está dejando, para alegría de la derecha y la extrema derecha, que ya se ven gobernando, para alegría también de los indepes partidarios del cuanto peor, mejor, que se mueren de ganas de tener enfrente a alguien que los ayude a revivir, a incrementar el nivel de sus gimoteos y a optar a que el mundo vuelva a mirarles (si es que lo había hecho alguna vez).

El Petitó de Pineda marca paquetillo para resistir los constantes ataques de los de Puchi: el fugado clama desde Waterloo por la ruptura de relaciones con el Gobierno español; su delegado en la catalana tierra, el desocupado Quim Torra, dice que hay que cargarse el Gobierno de Sánchez como se cargaron el de Rajoy (sic); Junqueras, Rufián y hasta Tardà han perdido todo su glamour lazi (pido disculpas por el oxímoron) y son acusados de alta traición por los fans del Hombre del Maletero. Ante tanta presión patriótica, a Aragonès no le ha quedado más remedio que exigir la cabeza de la ministra de Defensa. Y si Sánchez se la concede, el champagne va a correr a litros en las sedes del PP y de Vox.