Conseguir celebrar unos Juegos Olímpicos, aunque sean de invierno, que son una especie de apósito nevado de los originales, requiere cierta unidad interior a la hora de plantear la candidatura. Teniendo en cuenta que necesitan el apoyo del Comité Olímpico Español (COE) y la colaboración de otros territorios nacionales --por no hablar de cierta unanimidad a favor entre las diferentes fuerzas políticas--, no parece lo más indicado adoptar una postura de liderazgo indiscutible al respecto, que es lo que está haciendo el Gobierno catalán. Sí, están dispuestos a contar con Aragón, mientras esta comunidad se contente con una labor de comparsa, lo cual no parece ser el caso (el sistema autonómico es ideal para favorecer tanganas entre regiones), pero tiene que quedar meridianamente claro que esos (supuestos) Juegos de invierno de 2030 son una iniciativa exclusivamente catalana a la que se puede invitar, si se portan bien y no exigen mucho, a los baturros y al COE.

Y, además, previamente hay que consultar al territori, que es sagrado, y para ello se prevé una consulta de dudosa legalidad en la veguería del Alto Pirineo y Arán, que incluye la Cerdaña, el Alt Urgell, el Pallars Jussà, el Pallars Sobirà, la Alta Ribagorza y el Vall d'Aran (aquí ya están sacando pecho, marcando paquete y dándose importancia como comunidad con derechos propios). En otros sitios donde también hay nieve, ni consulta ni nada, pues están excluidos de ella el Berguedà, el Ripollès y el Solsonès (donde ya empieza a registrarse cierto cabreo, como no podía ser de otra manera).

Insiste también el gobiernillo en preservar la marca Barcelona en la propuesta, aunque aquí no nos sobre precisamente la nieve y estemos en general mal vistos por el lazismo, que siempre nos acusa de no ejercer de capital de la Cataluña catalana --era una de las obsesiones de Quim Torra-- y de no preocuparnos por la alta concentración de ñordos y botiflers por metro cuadrado que se registra en nuestra ciudad (menos mal que los barceloneses somos generosos y nos dejamos utilizar por quienes no nos pueden ni ver): Barcelona es una ciudad demasiado grande para un paisito tan pequeño, pero si hay que recurrir a ella para pillar cacho, pues adelante, aunque cabe recordar que nosotros ya tuvimos unos Juegos Olímpicos, ¡y de los de verdad!

El gobiernillo parece olvidar que hay otras candidaturas para los juegos de invierno de 2030 y se comporta como si ya nos los hubieran concedido. No se oye ni una palabra sobre las intenciones de los japoneses (Sapporo), los americanos (Salt Lake City) y los canadienses (Vancouver), aunque todos ellos van más sobrados de nieve que nosotros. En tales circunstancias, si de verdad apetece celebrar esos juegos (ya sabemos que a la CUP no, pero también es verdad que la CUP habría puesto peros al invento de la rueda por su posible impacto negativo en el territorio y su funesta promoción del turismo), lo suyo sería unir esfuerzos y tratar de presentar un frente común unido. Que es justamente lo que no se está haciendo porque, al parecer, se considera más importante ningunear al COE y mirar por encima del hombro a nuestros vecinos maños, como si aún no les hubiésemos perdonado que la Corona de Aragón no se llamara en realidad Corona de Cataluña, que habría sido lo suyo, dados nuestro simpar tronío y alto copete.

La cosa se explica por la necesidad constante de los lazis de mostrar su contrariedad ante todo lo que no dependa exclusivamente de ellos. Probablemente, ya están pensando en alguna manera de utilizar los Juegos del 2030 para su agitprop particular y les molesta tener que compartirlos con gente extraña que no está por la labor. Cuando los juegos barceloneses del 92, ya hicieron todo lo posible por decirle al resto de España que la olimpiada no iba con ellos y que era exclusivamente nuestra. Afortunadamente, el mensaje no caló, pero el pujolismo intentó jorobar las cosas hasta el último momento.

Unos juegos de invierno no generan tanto entusiasmo generalizado como los de verdad, pero se trata de conseguir que aún generen menos fuera de Cataluña a base de adoptar una actitud de superioridad con el vecino y de hacer como que la cosa, a España, ni le va ni le viene. A la hora de caer mal, el lazismo no tiene rival y no pierde ocasión de mostrarse displicente y/o desagradable. Lo estamos comprobando de nuevo con esos juegos previstos para dentro de ocho años y que, probablemente, acabarán cayendo en manos de alguien con un poco más de sensatez, capacidad de colaboración y, sobre todo, espíritu olímpico.