Los ultimatos emitidos por los poderosos dan cierto miedo, pero los ultimatos a cargo de gente que está en las últimas y carece de capacidad coercitiva dan más bien risa. Los indepes se están especializando últimamente en este modelo de ultimátum patético: desde su Casa de la República, el líder de la Secta Amarilla le dice a Pedro Sánchez que se le está acabando el período de gracia y que a ver si se pone las pilas con la Cataluña catalana (el otro ni se entera porque está en el festival de Benicasim saltando como un chaval mientras actúa su grupo preferido, The Killers); los representantes de lo que queda del PDeCAT --el último en salir pitando que apague la luz y, a poder ser, pague las facturas que se adeudan-- le dicen a Felipe VI que, si pretende dialogar con los soberanistas, primero deberá disculparse por su desconsiderado discurso del 3 de octubre, en el que no dijo ni media palabra sobre los miles de muertos y heridos del día del referéndum. Como diría Belén Esteban, ¡¿Perdooooooonaaaa?!

Puchi es muy dueño de creerse el presidente legítimo de la Generalitat en el exilio --ya dijo Pablo Iglesias tras hablar con él que lo había notado un tanto alejado de la realidad; otros creemos que se le ha ido la pinza por completo--, pero en el mundo real solo es un fugitivo de la justicia que, se ponga como se ponga, acabará en el trullo o deambulando por Europa hasta que su amigo el millonetis Matamala le cierre el grifo. David Bonvehí también es muy libre de creerse que preside un partido político, pero el PDeCAT huele a muerto desde que Cocomocho se sacó de la manga la Crida Nacional per la República. Por no hablar de los propios problemas del partidillo con la justicia, que no se ha tragado lo de que el PDeCAT no tiene nada que ver con Convergència ni con los chanchullos del 3%. El juez considera al PDeCAT una mera continuación de Convergència; o sea, los mismos perros con distintos collares. Una conclusión a la que se puede llegar sin necesidad de ser Albert Einstein: todos sabemos que el PDeCAT es una estratagema del Astut --chapucera, como todas las suyas-- para intentar escurrir el bulto de la corrupción que campaba por Convergència con la misma alegría que por el PP.

Del mismo modo, cuando el PDeCAT se subsuma en la Crida de Puchi, tampoco habrá que ser un premio Nobel para comprobar que ahí siguen los mismos mangantes de siempre, que ya pasaron por Convergència y por el PDeCAT. Pero, mientras tanto, Puchi y sus leales van ganando tiempo. Para cuando el señor juez llegue a la conclusión que acabo de exponer, ya habrán pasado unos mesecitos y el Líder Supremo, de paso, habrá afianzado su caudillaje y hecho la puñeta a lo grande a ERC, que es de lo que se trata.

Si el clan de los Genovese decide cambiarse el nombre y convertirse en el clan de los Corleone, pero los capos y los sicarios siguen siendo los mismos, la justicia insistirá en que paguen por sus maldades, ¿no? Cuesta imaginar a algún padrino de la Mafia diciéndole a la policía que, si quiere dialogar, primero debe retirar las cosas tan feas que ha dicho sobre el pobre Toto Riina. O espetándole al presidente de la nación que se le acaba el período de gracia y que a ver cuándo piensa soltar a los mafiosos que ya están en el trullo. Tal vez porque la diferencia entre los indepes y los mafiosos estriba en que los mafiosos no están locos. ¿Exagero con lo de locos? Bueno, como solía decirle Holmes a Watson, “si eliminamos todo lo imposible, lo que queda, por improbable que parezca, es la verdad”. ¡Y no seré yo quien le enmiende la plana a sir Arthur Conan Doyle!