Los indepes prestan escasa atención a los problemas reales porque prefieren los que ellos mismos se inventan. No percibo la menor alarma en ese submundo con respecto a las amenazas recientes del islamismo, que se acaban de materializar gráficamente en unos pasquines tenebrosos en los que nos felicitan las fiestas a su manera, prometiendo amargárnoslas con algún acto criminal. Mientras los procesistas, encabezados por el inefable Joan Bonanit, pasan la noche delante de la prisión de Lledoners, cantándoles canciones de Els Pets a los héroes de la república (que no existe, ¡idiotas!), puede que haya unos emprendedores árabes maquinando la mejor manera de hacernos daño; pero, ¿quién quiere perder el tiempo pensando en esas cosas cuando la opresión española no nos deja vivir?

La república catalana no existe y los presos políticos son políticos presos, pero da igual: ¡la imaginación al poder! Nada se sabe de ese autobusero maligno al que las fuerzas del orden intentan localizar mientras TMB les dice a sus conductores que se lleven a casa las llaves de sus vehículos. El bombazo o el atropello múltiple nos pillarán hablando del derecho a decidir, denunciando la inhumanidad de los unionistas que hacen chistecitos sobre los presos o poniendo verde al rey del país de al lado porque no nos pide perdón por estar a favor de sofocar un conato de golpe de estado. Como siempre, pondremos nuestra mejor cara de estupor y diremos que Barcelona es una ciudad de paz y diálogo. Y nos manifestaremos, pero para denunciar una posible islamofobia. Le encargaremos el discursito conciliador a la hermana de uno de los terroristas, que en privado dirá todo lo contrario y se alegrará de que el tete ya esté con Alá y disfrutando de las prometidas huríes, que el pobre no se comía un rosco en el planeta Tierra. Y si podemos, le echaremos la culpa del atentado a Pedro Sánchez o a Felipe VI. Nos haremos los afligidos durante un par de semanas, dejaremos flores y peluches en el lugar de los hechos y seguiremos sin controlar las mezquitas salafistas porque lo nuestro es la tolerancia y el buen rollo. Y volveremos rápidamente a lo importante, que consiste en gestionar la irrealidad y en hacernos los humillados y ofendidos, cual personajes de Dostoievski.

Dice Quim Torra que en Cataluña no hay un problema de convivencia. Tiene razón: el principal problema de esta sociedad es la estupidez, esa tara mental que él mismo representa mejor que nadie.