Aunque la desfachatez es moneda de curso legal en el lazismo, hay que reconocer que Laura Borràs, presidenta del Parlamento catalán, está elevando el concepto a la enésima potencia. Pese a que el reglamento de la cámara especifica que hay que dimitir cuando la justicia se interesa por ti y está a punto de llevarte al banquillo, ella dice que de ahí no la mueve nadie, que no piensa dimitir y, puestos a clavar otro clavo en su ataúd, da por bueno el voto delegado del fugado Lluís Puig (pero sin que conste en ninguna parte, no nos fueran a caer más problemas). O sea, un sostenella y no enmendalla de manual.

Y en cuanto a las fundadas sospechas de corrupción de cuando estaba al frente de la ILC y fraccionaba contratos para soltarle dinero público a su buen amigo Isaías, nuestra Laura se las pasa por el arco de triunfo y dice que todo es una maniobra represiva del perverso Estado español para quitarla de en medio. ¡Y hay quien se lo cree! Así se deduce de la recogida de firmas a su favor que se acaba de poner en marcha y que ya cuenta con nombres tan prestigiosos como los de Puigdemont (que se acaba de quedar sin escaño y sin inmunidad, por cierto, y seguro que también cree que es cosa de la represión española), Torra (que así se cura en salud para cuando le pregunten por los tejemanejes de la parienta con unos suministradores de mascarillas que se lo llevaron crudo en plena pandemia) y ese dúo dinámico de probada fidelidad perruna que atienden por Dalmases y Madaula.

De todos modos, la solidaridad lazi con Borràs tiene sus límites. No se aprecia mucho entusiasmo a su respecto en ERC ni en la CUP (responsables de la regla que la obligaría a dimitir, por cierto). Y hay más de un miembro de su propio partido que le agradecería que se diera el piro cuanto antes. Pero los niños malcriados --sobre todo cuando son de un tamaño considerable-- no se bajan del burro ni a tiros. Por no hablar de que a la señora Borràs le conviene alargar todo lo posible su cargo de presidenta del parlamentillo por motivos financieros: si aguanta en su sitio hasta el 12 de marzo de 2023, podrá beneficiarse, a partir de los 65 años, de una bonita pensión vitalicia de unos 4.000 euros mensuales. ¿Se han fijado en que nuestros patriotas más conspicuos siempre tienen un ojo puesto en los monises? Si no me equivoco, Borràs es hasta funcionaria del Estado (opresor), no fuésemos a perder una fuente de ingresos, aunque esté en manos del enemigo.

Como todo el mundo sabe, en Cataluña nos sobra el dinero. Por eso lo tiramos en los satélites del señor Puigneró o en las embajadas de la señorita Pepis Alsina. También nos gusta mimar a nuestros expresidentes, aunque sean unos inútiles: véase el caso de Quim Torra, el hombre de la ratafía y las pancartas, al que tenemos acariciándose las gónadas en un palacete gerundense después de no haber dado golpe ni por la independencia ni por nada, limitándose a despotricar y a acusar a todo el mundo de traidores y botiflers.

Laura Borrás, digámoslo claro, tiene una jeta tan descomunal como su osamenta, y lo demuestra disfrazando de represión del independentismo la acción de la justicia sobre un presunto delito común. No la creen ni los que la apoyan, pero es capaz de encadenarse al sillón y obligar a los bomberos a que la saquen del Parlament. Se lo pasa bien en su lugar de trabajo, eso es evidente, pues ejerce el cargo de manera caciquil, haciendo callar a quien dice cosas que la molestan y comportándose como la niña rica que invita a sus amiguitas a casa, pero las trata a patadas para que se enteren de quién manda allí: si hay alguien negado para presidir cualquier parlamento, aunque sea uno de estar por casa como el de aquí, es ella.

Evidentemente, con Laura Borràs no se puede razonar. Solo nos queda esperar a que la justicia siga su curso y confiar en librarnos de ella. Cuando eso suceda, no crea que corran muchas lágrimas por las mejillas de los políticos catalanes (incluyendo a sus compañeros de partido). Personalmente, lo único que se me ocurre decirle --y ya me disculparán la grosería, o no-- es lo que le espetó el gran Fernando Fernán Gómez a un admirador que se estaba poniendo un poquito pesado: “¡¡¡Váyase a la mieeeeeeerda!!!”.