Carme Chacón es un personaje machadiano, en el sentido de que le encantaría ser la novia en la boda, el niño en el bautizo y el muerto en el entierro. Su afición al medro es legendaria y suele dar la impresión de que lo que más le gusta en este mundo es mandar: ex ministra de Defensa y actual cabeza de lista del PSC para las generales, Chacón no le haría ascos a la presidencia de la nación o, caso de existir, a la de la Federación de Planetas de Star Trek. Prosperó mucho en la era Zapatero, y no porque ambos compartieran un ideario eficaz para el futuro de España, sino porque eran igual de inanes. La autodenominada 'Niña de Felipe' era en realidad 'La niña de Zapatero'.

Chacón es como Gran Ganga, el personaje de la canción de Almodóvar y McNamara: va y viene y por el camino se entretiene. Cuando tocaba picar piedra, se fue a Miami, de donde volvió sin tan siquiera haber rodado un videoclip con Pitbull, que es a lo que se va allí. Ahora se ha acordado de la tierra que la vio nacer y, nada más llegar, le ha asestado una puñalada trapera a Pere Navarro, un tipo fundamentalmente decente que ya tuvo que bregar en su momento con lo peor de dentro y de fuera del PSC (mientras se le amotinaban los soberanistas, TV3, a través de 'Polònia', el único programa de humor nacionalista del mundo, lo presentaba como un badulaque que hablaba con el Duendecillo del Federalismo, como si el federalismo fuese una estupidez y sus defensores unos frívolos que no aman realmente a Cataluña).

Maurici Lucena, otro sociata cabal, ha esquivado de momento esa puñalada que le tenía preparada Chacón, pues para algo cuenta con la protección de Pedro Sánchez, pero en el caso --¡Dios no lo quiera!-- de que Carmen la Trepadora llegase a la cima del socialismo español, no tardaría nada en sentir alojada en la espalda la hoja de una faca albaceteña.

Suerte ha tenido Miquel Iceta de ser, simplemente, ninguneado y desautorizado, pero que no se confíe, que las navajas siempre están de oferta en Casa Chacón. La ambición de esta mujer es desmesurada, pero sus ansias de medrar son tan evidentes --una esfinge sin secreto, dijo de ella Félix de Azúa-- que la hacen transparente y la condenan al fracaso. Si es que existe la justicia poética, lo que también está por ver.