La corrupción sistémica es, probablemente, la principal seña de identidad de los convergentes, empezando por su fundador, el ínclito Jordi Pujol, quien marcó las bases de actuación de sus discípulos. Da igual como se llamen: CiU, PDECat, JxCat…Lo fundamental es trincar lo que se pueda haciendo como que todo es por el bien de Cataluña. En estos momentos, pende sobre la flamante presidenta del parlamentillo regional, Laura Borràs, una bonita acusación de haberle soltado a un amigo algo turbio un montón de dinero público cuando presidía la ILC. Hace unos días, la justicia manifestó su interés por el segundo de a bordo de la Geganta del Pi, Francesc de Dalmases --genuino sidekick de tebeo norteamericano, Dalmases es a Borràs lo que Robin a Batman--, por el supuesto desvío de monises públicos procedentes de subvenciones para asuntos relacionados con la independencia y el pago de comilonas. Lo dicho, se llamen como se llamen, los convergentes siempre acaban siendo pillados metiendo la mano donde no deben.

Por eso no es de extrañar que del plan del Palau de la Música para recuperar lo que trincaron Millet y Montull --plan condenado al fracaso, me temo-- forme parte el intento de hacerse con los más de seis millones de euros que los convergentes le soplaron en su momento a través de Ferrovial. Como Convergència ya no existe, razonan desde el Palau, lo suyo sería que apoquinen sus herederos del PDECat y JuntsxPuchi, los cuales han optado por el típico “A mí que me registren” y se muestran renuentes a rascarse el bolsillo con la excusa, francamente inverosímil, de que no tienen nada que ver con el difunto partido creado por Jordi Pujol. Cuajo no les falta, pues en ambas sectas hay convergentes de toda la vida a punta pala y resulta evidente que estamos ante los mismos perros de siempre, pero con distintos collares. Lo que les falta son ganas de pagar sus deudas --ya dijo Josep Pla que el hecho de cobrar y el hecho de pagar son muy distintos, tanto que a menudo no tienen nada que ver--, y para ello se acogen a la excusa que haga falta, aunque sea tan burda como la de afirmar que no tienen nada que ver con la extinta Convergència.

Yo diría que no les cree nadie, pero eso no les impide seguir en sus trece. El gen convergente, ciertamente, ha mutado con el paso del tiempo. No era lo mismo ser convergente con Pujol que con Mas, Puigdemont o Torra. Es verdad que el partido se ha radicalizado en su independentismo, pero ello solo es la puesta en práctica del célebre lema de Pujol Primero paciencia, después independencia. Superada la etapa de la prudencia, los convergentes se hallan ahora en la de la independencia, pero siguen comportándose como sus predecesores: hay que trincar lo que se pueda y ayudar a los amigos, que es lo que se ha hecho siempre, pero como pagar las deudas nunca ha formado parte de la tradición convergente, pues de los más de seis millones de euros sustraídos al erario público, que me olvides, Benavides.

Borràs y Dalmases son los últimos (presuntos) corruptos del universo convergente, pero dudo que con ellos se acaben los descubrimientos desagradables de desvíos de fondos irregulares. Algún día se averiguará, sin ir más lejos, de qué viven en Flandes los alegres habitantes de la Casa de la Republica que no Existe, Idiota. El choriceo es el elemento primordial del ADN convergente y no va a desaparecer por mucho que cambien de nombre, que es tan inútil como cambiar de sede a lo Pablo Casado. Ya sé que aún queda gente que se toma cada nueva investigación judicial como una muestra más de la inquina que nos tienen los españoles, pero tengo la impresión de que cada vez son menos y de que cunde la certeza de que a los convergentes, se llamen como se llamen, no hay que tocarlos ni con un palo. ERC podría predicar con el ejemplo dejando de suplicarles un pacto de gobierno que solo puede prolongar la catástrofe de los últimos años. Pero de eso ya hablaremos el jueves…