Cuando Barack Obama dijo aquello tan bonito de Yes, we can, hubo políticos en Cataluña que lo entendieron al revés o, directamente, a su manera. El bueno de Barack se refería a un cambio social (que no llegó, pero eso ya es otra historia), no a que él y los suyos pudieran hacer lo que les saliera de las narices, que es como interpretaron la frase los de Junts per Catalunya (JxCat), como se ha podido comprobar con su reciente (y marrullero) intento de alterar el funcionamiento del parlamentillo para blindar a su actual presidenta y compañera de partido Laura Borràs, sobre la que se ciernen negros nubarrones judiciales por sus presuntas trapisondas financieras en beneficio de un amiguete cuando estaba al frente de la Institució de les Lletres Catalanes.

Con la complicidad de los letrados de la Cámara, Junts x Puchi (reciclados para la ocasión en Junts x Laura) ha intentado eliminar el artículo 25 del reglamento del parlamento autonómico, según el cual, si a uno de sus miembros lo imputa la justicia de algo chungo, debe renunciar ipso facto a su escaño. A los neoconvergentes, tal medida se les antoja una exageración, sobre todo si afecta a uno de los suyos. Ellos prefieren que la dimisión se produzca, si no hay más remedio, cuando el imputado de turno reciba una sentencia en firme. Hasta entonces, aunque se le acuse de haber asfixiado a un bebé con su propia almohadita, el imputado puede proseguir tranquilamente con las tareas de su cargo: para parlamentos garantistas, el nuestro.

Como era de prever, los partidos constitucionales han puesto el grito en el cielo ante semejante cacicada. Y lamentablemente para los pospujolistas, se les han sumado las fuerzas vivas del lazismo, ERC y la CUP (que se adjudica la inclusión del artículo 25 en el reglamento). No es de extrañar, porque la propuesta de Junts x Cash causa una inmensa vergüenza ajena y un notable estupor ante aquello de lo que son capaces algunos cuando ven amenazados sus intereses. Es evidente que la Geganta del Pi es un chollo para sus compadres del partido, que disfrutan enormemente viendo cómo le retira la palabra a los diputados empeñados en decir cosas que no quieren oír, escuchando las broncas que reparte entre los díscolos que no comparten su manera de pensar y celebrando cada votación telemática del fugado Puig i Gordi (por cierto, otro cargo que añadir a los que ya acapara la señora Borrás, dado que el exconsejero folklorista no tiene derecho alguno a votar nada de nada). Convencidos, como su santo patrón, el marido de la Madre Superiora y padre del Niño de los Misales, de que Cataluña les pertenece, esa gente cree que puede retorcer el reglamento de su propio Parlamento a su conveniencia. ¿Que nos imputan a Laura? Da igual, hasta que no entre en prisión, puede (y debe) seguir con sus cosas (que son las nuestras). ¡Y no se descarta la posibilidad de que siga presidiendo el Parlament desde su celda en Lledoners!

Estos de JxCat tienen una jeta que se la pisan, pero me da la impresión de que esta vez no se van a salir con la suya (Eulàlia Reguant ha alumbrado unas muecas nuevas al abordar el asunto que daban mucho más miedo que las habituales; y, sin tantos aspavientos, la señora Vilalta también ha dejado muy claro que no está dispuesta a dejarse engatusar). Y es que hasta en el lazismo hay límites: una cosa es apoyar cualquier gansada susceptible de redundar en el supuesto beneficio de la patria y otra es amparar las corruptelas que solo afectan a una persona. Si los lazis fuesen una piña, Laura Borràs habría tenido alguna oportunidad para salirse de rositas. Afortunadamente para los demás, JxCat, ERC y la CUP están a matar: ¡que así sea por muchos años!