Aunque abundan los guardianes de las esencias en el universo lazi, pocos (por no decir nadie) interpretan ese papel con tanta convicción y vehemencia como Josep Costa i Rosselló (Santa Gertrudis de Fruitera, Ibiza, 1976), anterior vicepresidente del parlamentillo catalán. Cuando al abogado Alonso-Cuevillas le temblaron las piernillas ante una posible inhabilitación por hacer declaraciones intempestivas, Costa le pegó un chorreo patriótico de muchos bemoles y le vino a decir que, si carecía del cuajo necesario para hacer frente al estado opresor, ahí tenía la puerta y ya podía ceder su sitio en la Mesa del Parlament a alguien con más redaños (ahí entró Aurora Madaula, criada a los pechos de Agustí Colomines y, por consiguiente, una fanática de nivel 5). En lo relativo a la formación del gobiernillo, Costa es de los que no tiene prisa alguna, ya que, según él, lo importante no es reunir a una serie de gente que haga como que gobierna la inexistente república, sino que quienes finalmente lo hagan, tengan claro que no hay que apartarse ni un centímetro del también inexistente mandato del 1 de octubre, que solo saben reconocerlo los lazis más recalcitrantes. Costa no le hace ascos a una posible repetición de elecciones, pues sabe que, si los de Puchi pillan los miles de votos que les sopló el PDECat, igual se llevan el gato al agua y pueden quitarse de encima al niño barbudo de ERC que aspira a ser califa en el lugar del califa.

Josep Costa ha escrito unos libros cuyos títulos dicen mucho sobre su autor: O secessió o secessió. La paradoxa espanyola davant l'independentisme (O secesión o secesión. La paradoja española frente al independentismo, 2017) y Eixamplant l'esquerda. Hi guanyarà la independencia (Ensanchando la grieta. Ganará la independencia, 2019). O sea, que secesión sí o sí y el que venga atrás que arree. Y a ampliar la grieta (con los españoles, se entiende) para alcanzar el objetivo emancipador final. Estamos ante un hombre de ideas escasas, pero fijas. De hecho, lo suyo es un monotema. Costa es indepe 24/7, que dirían los gringos. Y aunque ya no ocupa cargo alguno en el parlamentillo, sigue haciendo méritos para acabar siendo declarado hijo predilecto de la patria. En su momento, a medias con ese terrorista reciclado en abogado que es Gonzalo Boye, se encargó de organizar el asalto al parlamento europeo de Puigdemont y su cuadrilla. Hace unos días, se ha dirigido a la Comisión de Derechos Humanos del Parlamento Europeo para denunciar que España no le deja ser independentista (dudo que le hagan el menor caso, pues ya ha corrido la voz de que todo lo que llega de la Cataluña lazi es un coñazo y una pérdida de tiempo, pero el hombre ya ha depositado su cagadita en la moqueta adecuada: si cuela, cuela).

Evidentemente, Costa (y toda la gente que piensa como él) no sabe la suerte que tiene de ser español. En Alemania está prohibida la existencia de partidos que alienten el separatismo, y la situación es similar en otros países de la Unión. España es de los pocos que permite soñar con la independencia, aunque te meta en el trullo como pretendas pasar de la teoría a la práctica. Llevo tiempo sosteniendo que, para evitar problemas e hipocresías, lo mejor sería seguir el ejemplo alemán y francés y prohibir directamente el separatismo. Costa lo encontraría cruel e inhumano, pero a mí me parece más cruel permitir a alguien soñar con algo imposible y castigarlo cuando pretende hacerlo realidad. No me negarán que las cosas quedarían más claras. ¿Pretende usted registrar un partido que ansía la separación de España? Lo sentimos, no se contempla. Pueden ustedes elegir entre el autonomismo y montar una banda terrorista, pero tal como le fue a Terra Lliure (el primer grupo de su estilo que se ha disuelto por su propio bien a causa de su torpeza inverosímil), no se lo aconsejamos.

La queja de Costa ante Europa es del modelo “Porque yo lo valgo”. En vez de dar gracias a la ley española por permitir la secesión a nivel teórico, el hombre exige que se le permita llevarla a la práctica y que el parlamento europeo castigue a España por impedírselo. Costa está convencido de que hay que elegir entre secesión y secesión, y que hay que ampliar la grieta con sus (se ponga como se ponga) compatriotas. Como fanático es insuperable, y su físico lo ayuda: es como un monje medieval permanentemente cabreado porque hay gente que se resiste a creer en la palabra de Dios. De todos modos, algo chirría en su pétrea estructura patriótica: no entiendo cómo ha conseguido esquivar el trullo con su manera de ir por el mundo. Eso sí: si algún día termina entre rejas, el beato Junqueras va a quedar como un pobre aficionado ante el espectáculo de tormento y éxtasis que nos va a ofrecer ese individuo obsesivo, cansino y siempre enfadado. Mitad martillo de herejes, mitad Pepito Grillo, Josep Costa se ha erigido en la voz de la conciencia de la Cataluña catalana y de ahí no hay quien lo mueva. Es el Sísifo catalán, pero de eso aún no se ha dado cuenta.