No sé si Pilar Rahola habrá leído El gran Gatsby, la excelente novela de Francis Scott Fitzgerald, pero, en caso afirmativo, es evidente que, como casi todo en esta vida, la ha entendido al revés. Como ustedes recordarán, Jay Gatsby daba unas fiestas del copón en su mansión de los Hamptons, pero apenas participaba en ellas, manteniéndose en un discreto segundo plano mientras observaba a los juerguistas comer, beber y hacer el ganso a su costa mientras él confiaba en que algún día aparecería su adorada Daisy Buchanan, tristemente casada con un gañán. En su época no había redes sociales, pero, de haberlas habido, Gatsby nunca habría subido nada de su vida social. Todo lo contrario de lo que hace la versión bufa del antihéroe de Fitzgerald en Cadaqués, que no es sino nuestra inefable Pilar Rahola.

Pilar lo sube todo a las redes sociales, y más ahora que no pasa por sus mejores momentos. Como es del dominio público, la pasionaria del prusés ya no es lo que era: se deshicieron de ella en La Vanguardia, le han racionado los berridos en TV3 y espero, por su bien, que le siga llegando el dinerito que le envía el coronel Abramovich del Mossad. Para seguir cultivando sus aires de grandeza, necesita enseñarle al populacho lo bien que se lo pasa en su segunda residencia con sus célebres paellas lazis junto a su estupenda piscina. En su momento, ya contribuyó a buscarle la ruina al mayor Trapero colgando en internet imágenes en las que se veía a este vestido con una camisa hawaiana de mercadillo y tocando voluntariosamente la guitarra junto a Carles Puigdemont y unos cuantos happy few de vacaciones en el Empordà. Ahora les ha tocado el turno a unos amiguetes suyos que chapoteaban en su piscina y, con el agua felizmente al cuello, gritaban aquello tan bonito de in-inde-independencia. Y me temo que le ha salido el tiro por la culata, ya que, mientras los que no la soportamos nos hemos echado unas risas a su costa, un sector del lazismo se ha sentido ofendido ante la exhibición de frívolo poderío a cargo de la anfitriona y sus ilustres huéspedes, entre los que destacaban Jordi Cuixart (que se va a Suiza a ampliar su negocio tras haber recibido cuantiosas ayudas económicas del Estado opresor) y la productora cinematográfica Isona Passola (una mujer que por las mañanas reclama la independencia del terruño y por las tardes se va a Madrid a poner el cazo en TVE y el Ministerio de Cultura, que le han financiado generosamente sus últimas películas).

Aunque a Pilar le cueste creerlo (otra cosa que ha entendido mal), no todos los lazis tienen casas con piscina en la costa, y algunos de ellos han mostrado su indignación en las redes sociales ante el espectáculo de una pandilla de compatriotas, supuestamente implicados en la causa, chapoteando alegremente en una bonita alberca junto al lustroso marido de la anfitriona, un navarro del PP convertido al procesismo por amor y puede que algo de conveniencia, pues nadie sabe muy bien qué hace aparte de ejercer de consorte de nuestra cheerleader y, a medias con ella, romper camas en el transcurso de su fogosa vida sexual (¿se lanzará desde lo alto de un armario a la piltra?, me pregunto, ya que siempre me ha parecido que no hacía falta romper nada para pasar un buen rato en posición horizontal).

A ciertos lazis, esa explosión de alegría (o de buen humor, según Pilarín) les ha sentado como un tiro. En especial, el momento en que todos gritan por la independencia desde el agua. Les ha parecido todo el asunto una falta de respeto al espíritu del 1 de octubre. Y si nos ponemos en su lugar, no nos costará mucho entenderlos: imaginen que ustedes se llevaron algún porrazo el día del referéndum, o que se lo llevó su dulce abuelita (a la que más le habría valido quedarse en casa en vez de participar en una consulta ilegal). Si la vieja o ustedes mismos fueron molidos a palos por la independencia, seguro que no les hará ninguna gracia ver a una pandilla de burgueses pasándoselo pipa y, aparentemente, tomándose a pitorreo conceptos sagrados.

Como era de prever, Pilarín ha respondido a las críticas de forma desabrida, diciendo que ella en su casa hace lo que le da la gana e invita a quien le parece. Hasta ha dicho que el pobre Cuixart, después de haber estado un tiempo a la sombra (aunque no tanto como debería: eso lo digo yo), bien se merece un bañito (aunque los que le aplaudieron cuando se subió a un coche de la Guardia Civil para arengar a las masas se indignen ante su actitud en el jolgorio de Cadaqués). Dice Rahola que hay invitados que no han querido salir en fotos ni vídeos. Sería interesante saber de quiénes se trata, aunque ya podemos adelantar que son maestros en el arte de nadar y guardar la ropa (nunca mejor dicho). Los demás, queriendo hacer partícipe de su alegría estival a la afición, se han caído con todo el equipo mientras su anfitriona demostraba, sin pretenderlo, que pintan bastos en su vida otrora regalada a costa de una independencia que ahora se cachondea de sí misma desde la piscina de una burguesa con aspiraciones de pasar a la historia. Estamos locos, dice Pilar en un momento de manera supuestamente metafórica: en efecto, lo están (pero sin perder de vista la caja registradora).

A ver si para el próximo Sant Jordi alguien le regala El gran Gatsby a la señora Rahola.