La insurrección social ante los castigos del perverso Estado español es una fantasía que alimenta la esperanza de nuestros nacionalistas, en mayor (CUP) o menor (PDECat, ERC) grado, dependiendo del nivel de fanatismo de los interesados. Unos y otros sueñan con plazas y calles llenas de gente amotinada, pero la realidad, de momento, insiste en llevarles la contraria. Empieza a pasar en Cataluña lo que sucedió en su momento en el País Vasco, cuando se comentaba la pertinencia de enviar al trullo a Arnaldo Otegi. ¡Cómo lo enchironen, arderá Euskadi!, clamaban los homólogos de Puigdemont y Junqueras, pero Otegi acabó en la cárcel y no pasó nada. El noble pueblo vasco, que conservó ante ETA y el mundo abertzale el mismo perfil bajo que durante el franquismo --una vez cogida la costumbre de tragar y mirar hacia otro lado, hay quien no la pierde jamás--, siguió empapuzándose de pinchos porque la condena de Otegi se la soplaba lo mismo que los atentados terroristas: mientras no escasee el chacolí, salga el sol por Antequera...

Las inhabilitaciones del Astut, del sabio de Taradell y de las señoras Rigau y Ortega deberían haber llenado las calles de Cataluña de gente indignada, pero la cosa no pasó de una discreta cacerolada de protesta por la leve sentencia contra Artur Mas

Las inhabilitaciones del Astut, del sabio de Taradell y de las señoras Rigau y Ortega deberían haber llenado las calles de Cataluña de gente indignada, pero la cosa no pasó de una discreta cacerolada de protesta por la leve sentencia contra Artur Mas. Parece que las masas oprimidas no se portan como deberían, tal vez porque, al igual que los vascos, aguantan el nacionalismo como antes aguantaron el franquismo, yendo a lo suyo y esperando con ansia la llegada del fin de semana para escapar a su segunda residencia. Pero Cocomocho no lo registra porque su relación con la realidad es de lo más oblicua y discutible. El hombre sigue insistiendo en que el 80% de los catalanes quieren referéndum --porcentaje que nadie sabe muy bien de dónde sale--, y se la soplan sus propias encuestas: la última del CEO otorga cuatro puntos por encima de los independentistas a los mal llamados unionistas, y puede que sean más, ya que las encuestas del CEO tienen cierta fama de estar convenientemente cocinadas a favor de quien las encarga. Pero él, a lo suyo, referéndum o referéndum. Y a confiar en las masas de buenos catalanes.

Pese a que no ha ocurrido nada con Quico y el Astut, nuestro amado líder tiene puestas sus esperanzas en Carme Forcadell. Entonces sí, en cuanto la inhabiliten, las calles y plazas de Cataluña se llenarán de indignados. Cuando vea que tampoco pasa nada, algo se le ocurrirá para mantener viva la esperanza. A ver si la conserva cuando lo inhabiliten a él y a todo su Gobierno.