Como decía el Capità Enciam del Club Súper 3, los pequeños cambios son poderosos. Basta con que medio millar de iluminados se planten en la frontera con Francia para amargarle la vida al gremio de camioneros o a los ciudadanos que se dirigen a la Junquera en busca de un poco de amor (aunque sea pagando). Evidentemente, a los majaderos del Tsunami les da igual que a los camioneros se les pudra la mercancía o que a las furcias de La Junquera les baje considerablemente la recaudación de la jornada. Si al camionero lo despiden o a la prostituta la muele a palos su chulo con especial saña por no haber ganado lo suficiente, a ellos que los registren, pues solo dan explicaciones a la patria. Menos mal que los gendarmes los zurraron --mientras ellos clamaban “No podéis, estamos en España”, pues hasta los CDR le encuentran alguna ventaja al país opresor cuando los van a crujir-- y los fumigaron con gas pimienta, que es lo que se usa contra los violadores, los ladrones y cualquier pelmazo molesto.

El último eslogan del Tsunami Democràtic es “O independencia o barbarie”. Y como la primera no la van a obtener, de momento se dedican a la segunda, que se les da bastante bien y es compatible con quejarse del porrazo en la tripa o el spray que los ha dejado con los ojos irritados. Y es que nuestros bárbaros son gent de pau, claro está, lo cual no es incompatible con actos de crueldad mental tan graves como improvisar un concierto de Lluís Llach en mitad de la autopista. Piensen en el camionero al que se le pudren los nabos. Piensen en el libertino al que se le niega el alivio (ya lo decían los romanos: semen retentum venenum est). Menos mal que en Francia se respeta la cultura y el sexo y se obra en consecuencia: solo cabe lamentar que los porrazos y el gas pimienta no los sufriera en sus carnes el calvo del gorrito.

Llach siempre se sale de rositas, pero no puede decirse lo mismo del patriota medio. Pasarse el día pendiente de las instrucciones del Tsunami convierte tu vida en algo triste y miserable. Te acaban de dejar ciego en la frontera y ya te están diciendo que te vayas a cortar la Meridiana y la Diagonal, que ahí también hay gente a la que joderle la vida. Te pides días de fiesta en el curro para que te partan la cara después de dormir prácticamente al raso, pasando más frío que un tonto y arriesgándote a pillar una calipandria. No sabes ni quién te da las órdenes, pero aceptas tu papel de borrego patriótico sin rechistar. Cuando crees que ya te puedes ir a casa a meter los pies en un barreño de agua caliente, te dicen que vayas a gritar delante de la Delegación del Gobierno. Y así sucesivamente, hasta que acabas llevando lo que siempre se ha conocido como una vida de mierda.

Te la mereces, por cansino. Pero luego no te quejes si los franceses te cobran 600 euros por recuperar el coche que te soplaron en la frontera, o si la irritación de los ojos te dura un par de días. Así que o independencia o barbarie, ¿eh? Pues va a ser barbarie, porque lo otro ya te lo puedes ir pintando al óleo. Dios, qué vida tan deprimente...