A veces sobrevaloramos las virtudes del diálogo. Cuando dos personas se reúnen para hablar y una de ellas solo desea abordar un tema del que la otra no quiere saber nada, las posibilidades comunicativas del diálogo menguan considerablemente, convirtiendo el encuentro en un paripé inútil que solo sirve para demostrar algo que se daba por hecho: que los dos seres humanos que se reúnen son personas educadas y correctas. Así parecen ser Soraya Sáenz de Santamaría y Oriol Junqueras, lo cual nos alegra enormemente porque no queremos saber nada de energúmenos metidos a políticos, pero más allá de esa evidencia, ¿para qué sirve que se reúnan a hablar si ninguna de las dos piensa bajarse de su respectivo burro? Lo único que se consigue es un diálogo de besugos en la línea de la celebrada canción de Gaby, Fofo y Miliki Hola, don Pepito, hola, don José, que podría reformularse tal que así: "Hola, doña Soraya / Hola, don Oriol / ¿Pasó usted por mi casa? / Por su casa yo pasé / ¿Vio usted a mi abuela? / A su abuela yo la vi / Adiós, doña Soraya / Adiós, don Oriol".

Tal vez sobra tanta cortesía, igual ha llegado el momento de pasar a las advertencias o, directamente, a las amenazas: el uno podría amenazar con un motín popular, y la otra con la cárcel

Soraya Sáenz de Santamaría parece una persona inteligente, por lo que es poco probable que pensara que Junqueras aparecería dispuesto a hablar de asuntos relevantes para el conjunto de los españoles, pues el hombre sigue en modo Paco Umbral --yo he venido a hablar de mi referéndum-- y la casa común se la pela. Como él tampoco es tonto, sabe perfectamente que la vicepresidenta del Gobierno le va a decir que se pinte el referéndum al óleo o al carboncillo, y que le va a recordar la situación de Baviera y el Véneto en Alemania e Italia, pero se presenta a la reunión como si no tuviese nada más interesante que hacer esa tarde que ir a que le repitan por enésima vez que lo suyo no puede ser y además es imposible. Eso sí, a nadie le quedará la menor duda de que el encuentro ha transcurrido en un ambiente de suma cortesía.

Dicha cortesía no sirve absolutamente de nada, pues luego Soraya declara que nunca habrá un referéndum de independencia y Junqueras afirma que lo habrá de todas, todas, se ponga como se ponga la otra parte. Para llegar a esa conclusión, tal vez sobra tanta cortesía. Igual ha llegado el momento --si queremos que esos paripés dialogantes sirvan de algo-- de pasar a las advertencias o, directamente, a las amenazas. El uno podría amenazar con un motín popular, y la otra con la cárcel. Las cosas estarían más claras, aunque la cortesía brillara por su ausencia, y el encuentro serviría para algo que los demás, estemos en el bando que estemos, ya tenemos meridianamente claro: que no hay diálogo posible y que hay que pasar a la acción para demostrar quién manda. ¿Triste? Probablemente, pero todo parece indicar que el diálogo tiene sus limitaciones en algunos casos.