A finales de la semana pasada, todos los diarios digitales subvencionados por la Generalitat --más alguno de los que aún se aferran al papel-- sacaron pecho ante la espectacular muestra de solidaridad del Parlamento británico con la pre empapelada Carme Forcadell. ¡Nada menos que quince diputados de Westminster se pusieron de parte de la Forca ante la persecución a la que es sometida por el perverso Estado español! Y es que el mundo nos mira. Ante semejante evidencia, hace falta ser muy cenizo para recordar que el número total de parlamentarios británicos es de 650, de los cuales sólo quince sufren por la presidenta del parlamentillo regional catalán.

Puestos a ser cenizos, tampoco va mal recordar que esos quince justicieros se reparten entre dos partidos separatistas, el SNP escocés y el Plaid Cymru galés (más un diputado del SDLP, el laborismo escocés). El resto del Parlamento británico pasa que da gusto de las cuitas de la Forca, y ése debería haber sido el titular de la noticia de no ser porque esos diarios cobran por lo que cobran: siempre queda mejor destacar la solidaridad de una minoría que el desinterés y la displicencia de una mayoría. Esa actitud, no lo duden, se valora muy positivamente a la hora de repartir el dinerito entre los medios ya no afines, sino directamente a sueldo del prusés.

Los separatistas son una raza en sí mismos. Todo lo grande les causa grima y pavor

Se titule como se titule, aquí solo queda una cosa clara: existe la solidaridad entre separatistas. Porque el separatismo va más allá de un problema concreto --real o, frecuentemente, imaginario-- de una comunidad, es prácticamente una religión. Se trata de creer en la disgregación en general como bien supremo. A la felicidad por la fragmentación. Cuanto más pequeño sea todo, mejor. ¿Hacer algún esfuerzo para llevarse bien con el vecino y unir fuerzas para pintar algo más en el escenario internacional? ¡Ni hablar! Lo importante es romper, disgregar y atomizar. Y desde ese punto de vista, cualquiera que aspire a ir por su cuenta por el mundo es un amigo, un hermano y un compañero de viaje (aunque el viaje sea a Ítaca; o sea, a ninguna parte).

Así se explica el amor de los de la CUP por los batasunos. O la reciente presencia del autobusero Garganté en una ridícula manifestación de veinte personas que reclamaba la independencia para Andalucía. O la solidaridad de los separatistas escoceses y galeses con la Forca. Los separatistas son una raza en sí mismos. Todo lo grande les causa grima y pavor. El país con el que sueñan es la aldea de Astérix, y ahí sí que hay que reconocer que los catalanes llevamos ventaja a todos los demás, pues hicimos hace tiempo un fichaje fundamental, el de un bardo tan inaguantable como el de Petibonum, pero calvo y con gorrito, ¡por algo se empieza!