El periodismo es un sacerdocio, lo sé, pero nadie me obligaba a tragarme el mensaje de fin de año de Artur Mas. Sobre todo porque tengo un proyecto para 2016 que me hace mucha ilusión y que ahora, tras haber recibido la bendición del Astut, corre el peligro de irse al carajo, dada esa condición de entre gafe y genio del mal que caracteriza a nuestro conducator en funciones.

Pero no pude evitarlo. Sentía una curiosidad malsana por verle en su silloncito, delante de la bandera y comportándose como el presidente de un país de verdad (que es lo mismo que hacen, por otra parte, todos los demás mandamases regionales de este bendito país, en el que ya solo falta que el presidente de cada comunidad de vecinos dé la tabarra a los demás inquilinos por circuito cerrado de televisión. Yo, porque vivo en un cuarto piso, que si no, me asomaría al balcón la noche de fin de año y me dirigiría a los transeúntes para darles buenos consejos).

Mas empezó bien su discurso de estadista, pero pronto pasó a la conversación de la poltrona, lo que le interesa

Mas empezó muy bien su parodia del discurso de un estadista, preocupándose por los colectivos más castigados del planeta, y hasta tuvo el detalle de no incluir entre éstos el de los presidentes autonómicos de derechas cuyo destino está en manos de una pandilla de perroflautas rencorosos, que es con el que se debe sentir más identificado. Pero enseguida pasó al tema que más le preocupa, que es la conservación de su poltrona. De hecho, su mensaje iba dirigido a la CUP, aunque por persona interpuesta: el noble pueblo catalán.

El subtexto era Investidme de una puta vez, piojosos, pero las formas imitaban la corrección institucional. Después de sacarse de la manga el derecho a decidir, el Astut ataca ahora con el deber de decidir, aunque el concepto completo debería ser deber de decidir correctamente. Es decir, que si el cumplimiento de ese deber implica enviarle a él a tomar por saco, la cosa no mola.

Hace falta tener una cara de cemento armado para utilizar en tu propio interés lo que se supone que es un mensaje de buena voluntad a la ciudadanía, pero en el caso del Astut no puede considerarse sorprendente. Como el visir Iznogud de los comics, solo piensa en ser califa en el lugar del califa, y hasta podría hacer suyas las palabras de aquel subsecretario de un chiste de Forges que le decía a su ayudante: "¿Guardar cama? Quite, quite, yo lo que tengo que guardar es sillón".