La política de puertas giratorias es inadmisible cuando la practica un partido que no es el tuyo. Con el machismo, sucede algo parecido: los machistas siempre son los demás (lo acabamos de observar con el martirologio de Irene Montero a manos de una diputada de Vox que la acusó de haber medrado a base de engancharse, literal y metafóricamente, a Pablo Iglesias; cuando, años atrás, el propio Iglesias dijo que Ana Botella había prosperado políticamente gracias a su egregio marido, José María Aznar, no pasó gran cosa porque tenía razón, como también la tuvo, por otra parte, la amazona de Vox que la tomó con la señora Montero). Aunque todos los políticos incurran en desafueros machistas y recurran a las llamadas puertas giratorias, si eres de un partido nacionalista o (que dice ser) de izquierdas, tienes muchas más posibilidades de salirte rositas. Veamos, si no, el ejemplo de Lluís Salvadó, un hombre que cuenta con una coartada doble: es lazi y milita en ERC, un partido que aparenta ser de izquierdas, aunque se trate de un amasijo rural de carlistones meapilas. El inefable Salvadó emitió hace años un comentario por el que ha pasado a la historia y que lo acreditaba como machista recalcitrante: ya saben, lo de que, en caso de duda a la hora de darle un cargo a una mujer, había que optar por la que tuviera las tetas más grandes. En aquel momento ya pudimos comprobar que el feminismo, a veces, es selectivo, ya que no se montó, que yo recuerde, ninguna campaña de linchamiento y/o cancelación del bocazas de ERC, quien, habiéndose salido de rositas en una ocasión, ha optado, con la complicidad de sus jefes, de intentarlo por segunda vez, al ser nombrado presidente del puerto de Barcelona en sustitución del cesante de Junts x Cat Damià Calvet. ¡Colosal doblete para el señor Salvadó!: primero ejerce de machista y luego se acoge a la conveniente práctica de las puertas giratorias. Y aquí no chista nadie ni en el primer caso ni en el segundo.

Ante su más que probable inhabilitación por su participación en el motín de Puigdemont de 2017, los mandamases de ERC han encontrado en el puerto una buena manera de asegurarle el sueldo al fiel Salvadó, pues parece que no se puede aplicar la inhabilitación a los cargos otorgados a dedo, medida que se reserva para los políticos electos por el pueblo (lo cual no quita para que sigan pendiendo sobre el interfecto las acusaciones de malversación, prevaricación, desobediencia y revelación de secretos). Si en el juicio se juega una estancia en la cárcel además de la inhabilitación, la maniobra no habrá servido para gran cosa, pero por intentarlo que no quede. En ERC van de feministas y se han pronunciado repetidas veces contra las puertas giratorias, pero parece que el machismo y el nepotismo solo son censurables cuando los practican los demás (el PSC, como suele, se ha tragado el nombramiento de Salvadó con la cachaza habitual, y tampoco ha habido grandes protestas por parte de la CUP y los comunes). Parece que ser lazi y (teóricamente) de izquierdas te permite unas alegrías que le están vedadas al resto de los representantes del arco político. De hecho, puedes comportarte igual que los del PP y salirte con la tuya, sin que nadie te ponga excesivamente verde, aunque Iglesias lo intentó con su mansión y no acabaron de salirle muy bien las cosas: mucho más práctico militar en el lazismo y aparentar que eres de izquierdas.

Según sus jefes, Salvadó es la persona idónea para ocupar el cargo que le acaba de caer, aunque no nos expliquen por qué lo es, cosa comprensible porque la alternativa es reconocer que había que recolocar al hombre en alguna parte o, si me apuran, en cualquier parte donde pudiera seguir cobrando cada mes porque el régimen cuida de los suyos. Yo diría que el machismo y el nepotismo son siempre lamentables, los practique quien los practique, pero la realidad se empeña en llevarme la contraria, como acaba de demostrar, una vez más, el cargo que le ha caído al admirador de las tetas grandes, del que la sociedad se habría deshecho, ¡y con razón!, caso de militar en la derechona. Y así, poco a poco, nos vamos cargando la altura moral que distinguió a la izquierda antes de que se pusieran a renovarla una pandilla de oportunistas y demagogos cuyos nombres no hace falta apuntar porque están, creo, en la mente de todos.