A pesar del título, este artículo no va sobre el programa homónimo que TV3 emitió el domingo tras ser convenientemente censurado por la superioridad, que para eso abundan los comisarios políticos en nuestra televisión (supuestamente) pública y el jefe de informativos, David Bassa, no tiene precio como mastín del régimen. Parece que había unas referencias a Mediapro y su dueño, el empresario mega progresista Jaume Roures, que fueron eliminadas para no ofender a un amigo de la casa y de la causa, aunque Rosell ya se ha despachado a gusto al respecto en otros foros, llegando a acusar al millonario trotskista de estar detrás de su encarcelamiento. Pero hablo de oídas, ya que no vi El cas Rosell por motivos obvios: mi interés por el fútbol en general, el Barça en particular y las tribulaciones penales del señor Rosell es escaso, tirando a nulo (llámenme insensible).

 

 

El cas Rosell / TV3

A mí lo que me interesa de Sandro Rosell son esas declaraciones, aparentemente incomprensibles, que hizo recientemente y según las cuales, en un referéndum sobre la independencia, él votaría afirmativamente, pero si ganaba el sí, se largaría de Cataluña. Llevo dándoles vueltas a esas frases desde que las pronunció y creo que por fin he conseguido entenderlas: de hecho, escribo este texto para celebrar con todos ustedes mi capacidad para descifrar declaraciones que, en apariencia, solo pueden salir de una mente perturbada.

¿A quién se le ocurre exiliarse tras ganar un referéndum de independencia? Pues no solo al señor Rosell, quien, en este caso, he llegado a la conclusión de que representa a la perfección, si bien de manera algo oblicua, el pensamiento político-sentimental de su clase social, esa alta burguesía catalana que lleva décadas sin dar un solo motivo para que se la respete. No en vano Manuel Valls, nada más aterrizar en Barcelona, se fue al Círculo Ecuestre (¿o era el de Economía?) a decirles a nuestros buenos burgueses que son unos calzonazos que han renunciado voluntariamente a pintar algo en la sociedad que teóricamente controlan.

Hace tiempo que nuestros grandes burgueses viven de rentas. Sus abuelos, aunque fuese gracias al tráfico de esclavos, nos dieron, por lo menos, el parque Güell y el Liceo. Pero los actuales, ¿alguien me puede decir qué han hecho para impedir el desatino patriótico del prusés y llamar al orden a los responsables? Yo diría que nada de nada, obedeciendo a la misma esquizofrenia de la que hace gala el señor Rosell en sus declaraciones. Es como si sentimentalmente estuvieran a favor de la independencia de Cataluña, pero desde el punto de vista financiero estuviesen en contra. Dominados por un injustificado temor reverencial a sus gobernantes, como si aún estuviésemos bajo el franquismo (con el que medraron sus padres), no caen en la cuenta de que son el poder, pero no lo ejercen cuando más falta hace.

Si alguien podía pararle los pies a Artur Mas o a Carles Puigdemont eran ellos, que para algo tenían la pasta (incluyo a la banca en esa pandilla de pusilánimes sensibleros), pero prefirieron --salvo excepciones como Planeta y pocos más-- callarse hasta la consumación del desastre, momento en el que se llevaron sus sedes (y su dinerito) a otro rincón de España en el que no rigieran las chaladuras procesistas. ¿No hubiese sido mejor quedarse en casa y hacer frente a los separatistas porque con las cosas de comer no se juega? Yo creo que sí, pero parece que eso es pedirles demasiado a unos esquizofrénicos que, como Rosell, simpatizan con la independencia como idea, pero abominan de ella como posible realidad.

Mientras todo se reducía al patriotismo de boquilla y a las manifestaciones en que se gritaba in, inde, independencia, nuestra penosa burguesía sonreía comprensiva y, en petit comité, echaba pestes de Madrid. Pero cuando la cosa adquirió los más mínimos visos de realidad, salieron pitando con sus monises en busca de la protección que España ofrece a sus intereses, legítimos o no. Sandro Rosell, penalidades carcelarias aparte, los representa a todos de maravilla con sus declaraciones, cuyo subtexto sería “Quiero que ganen los míos, pero si lo logran, yo me largo con mi dinero al país que nos oprime”. Así es, me temo, nuestra cochambrosa burguesía: corazón soberanista y cartera unionista, temor a quien manda en teoría cuando en la práctica mandan ellos, incapacidad cobarde para interpretar el papel que ellos mismos se han otorgado, irresponsable sensiblería nostrada y absoluta carencia de un genuino compromiso social, conservación cortoplacista del patrimonio que a medio plazo conduce a la ruina…

Manuel Valls se quedó corto en el Círculo Ecuestre (o en el de Economía), pero aun así firmó su sentencia de muerte. Menos mal que uno de los ofendidos, el ex presidiario Rosell, ha resumido en voz alta el pensamiento del colectivo: ahora los conocemos mejor y podemos detestarles con más motivos que nunca. Algo es algo.