Algo huele a podrido en el lazismo, y no me refiero únicamente a los tejemanejes de algunos de sus principales representantes políticos (que también), sino a la putrefacción de un asunto que, cual lechuga mustia y reseca, cada día ofrece una imagen más penosa que se intenta combatir como buenamente se puede a base de declaraciones rimbombantes y vacías o congresos como el que hace unos días reunió a la plana mayor de JxCat en la localidad francesa de Argelès sur Mer, del que salió un nuevo colectivo, los fans de Jordi Turull, a los que denominaré a partir de ahora Los Aturullados. No sé qué le ven, francamente, pero también es verdad que cuesta encontrar actualmente a algún político en España que no dé pena, risa o una mezcla de ambas cosas. Es un fanático, eso sí, lo cual resulta siempre del agrado de la grey procesista. Es inasequible a las virtudes didácticas del sistema penitenciario español, eso también, pues salió del talego más obnubilado de lo que había entrado. Y, sobre todo, no parece que lo vayan a inhabilitar de un momento a otro, como es el caso de Laura Borràs, menos votada que Turull por los hinchas del partido (atención a la teoría de Aurora Madaula, que tampoco triunfó mucho en Argelès: en Junts x Puchi se están imponiendo los autonomistas pusilánimes que se la tienen jurada a las grandes patriotas como ella --y supongo que como Borràs-- que siguen dale que te pego con lo de la independencia: la que no se consuela es porque no quiere).

Tras la celebración del aquelarre en el sur de Francia, el mensaje es que ahora JxCat tiene tres líderes: Jordi Turull, estandarte de los Aturullados, Laura Borràs (por lo menos, hasta que el juez la emprenda con ella y sus chanchullos de cuando dirigía el ILC) y Carles Puigdemont (en el papel de presidente emérito o Reina Madre o Rondinaire en cap, no se sabe muy bien). Y después de este desahogo francés convenientemente amplificado por el aparato de agitación y propaganda del régimen, supongo que todos los implicados se han dado un baño de autoestima con el que olvidar que se están hundiendo en las encuestas y que el futuro de la postconvergencia no parece muy pinturero. A los que no formamos parte de esta realidad alternativa, evidentemente, el cónclave nos ha parecido una tabarra cansina y repetitiva: escuchar a la pre-inhabilitada Borrás decir que hay que volver a empezar con el prusés ya no causa inquietud, sino un aburrimiento mortal.

Ya conocemos la teoría de que las tragedias se repiten como farsa. En este caso, no cabe ni tan siquiera hablar de tragedia: tragedia fue lo de Euskadi, lo nuestro no pasó de sainete de Arniches o revista de Colsada. Solo se consiguió crear cierta inquietud social (además de perder miserablemente el tiempo y el dinero), pero ahora no se logra ni eso: los aspirantes a enemigos del Estado se reúnen al otro lado de la frontera y a la inmensa mayoría de los catalanes se la sopla, pues solo es un evento de régimen interno, una onerosa terapia para levantar el ánimo de los de Waterloo y de los cuatro matados que aún creen que la independencia del terruño está a la vuelta de la esquina. ¿No se cansan ni se aburren todos ellos de sí mismos? ¿Hasta cuándo piensan seguir exhibiendo su lechuga reseca y asegurando que solo le falta un poquito de agua para lucir fresca y rozagante?

Mientras las encuestas apuntan hacia una paulatina irrelevancia del partido de Puchi, los Aturullados se hacen con el poder y ponen cara de que van a por todas. Es muy triste haber constituido cierto peligro en un pasado reciente y verse ahora como una fuente de quimeras y aburrimiento. Pero, bueno, si en JxCat creen que con Turull van a alguna parte, ¿quién soy yo para quitarles la ilusión?