Hacia el final de una de las últimas películas de James Bond (ahora no recuerdo cuál), hay una secuencia en la que M. (Judi Dench) le dice a 007 (Daniel Craig), que ha sido apartado temporalmente del MI6, “Gracias por volver”. A lo que Bond responde, “Nunca me fui”. En el improbable caso de que alguien le agradeciera su retorno a la arena política, Artur Mas podría dar la misma réplica, aunque sería innecesaria: todos sabemos que nunca se fue a su casa (si es que le queda alguna que no haya sido embargada) y que, como el personaje de la célebre ranchera, lleva muriéndose por volver desde que lo inhabilitaron. En su lugar, una persona decente habría ingresado en una orden monástica después de liar la que lio, suponiendo que lo admitieran en alguna, pero nadie ha dicho que el Astut sea una persona decente.

El principal responsable --junto a su maestro y padre espiritual, el evasor de impuestos y líder de una familia mafiosa Jordi Pujol-- del clusterfuck en el que nos encontramos no ve la hora de volver a ejercer de Moisés con la catalana tribu. Evidentemente, asegura carecer de intenciones políticas, pero eso no se lo cree nadie. El hombre adopta una actitud a lo Núñez, que colaba en el Barça todas sus cacicadas con la célebre excusa Si el soci m´ho demana (Si el socio me lo pide), pero, bajo la apariencia de patriota dispuesto a arrimar el hombro, se esconde --y no muy bien-- el arribista de siempre, el líder catastrófico de iniciativas estúpidas cargadas de mala intención, el liante máximo incapaz de dejar de incordiar a la sociedad que lo soporta, el superviviente que se presenta como el salvador de la Cataluña catalana, el caudillo providencial necesario para alcanzar la ansiada independencia…Hace falta tener la tocha muy dura para reaparecer con esa cara de yo-no-fui, que diría Rubén Blades, e intentar pegarnos el tocomocho de nuevo: por eso me he permitido en el título de esta columna completar el de su nuevo libro, Cap fred, cor calent (si es que no se lo ha  escrito Pilar Rahola, que para eso está, o Mònica Terribas, que se lo presentó hace unos días en Barcelona).

Al Astut solo le falta decirnos: “Yo os metí en este fregado, yo os sacaré”. Cual terrorista que se ofrece a desactivar la bomba que él mismo ha armado, Artur Mas aprovecha que la situación en lo que queda de Convergencia es lamentable para ver qué pilla. Ya ha dicho que Puigdemont es un gran candidato para las próximas autonómicas, pero que, dada su situación de exiliado, va a necesitar un número dos de campanillas en Cataluña para hacer frente al día a día de la pugna contra el estado opresor. Y hasta ahí puede leer. Como Gonzalo Boye, ahí lo deja. No ha añadido que ese número dos --en la práctica, número uno, dado que el orate de Waterloo no puede pisar territorio español sin acabar en el talego-- es él, pero no hace falta, pues se le entiende todo. Ritorna vincitore, vamos, pues Puchi seguiría en el quinto pino y él podría hacer lo que quisiera (sobre todo, si tenemos en cuenta que al pastelero de Amer lo colocó él con su dedazo).

Como principal responsable de la deriva delirante del nacionalismo durante los últimos años, Artur Mas ha hecho más méritos para estar a la sombra que quienes ahora disfrutan de las excelencias del sistema penitenciario español. Como buen liante, eso sí, ha conseguido hurtar su cuerpo al sistema y ni embargos ni inhabilitaciones le han quitado las ganas de seguir emponzoñando el ambiente. Y lo peor es que tiene posibilidades de salirse con la suya: Pascal y Bonvehí son sendos ceros a la izquierda, Puchi está como una regadera (lo hemos podido comprobar de nuevo con su histérica performance de Perpiñán y sus intentos de endilgarle una estelada al pobre Machado en su tumba de Colliure) y nuestra burguesía es tan cobarde e imbécil como para creerse lo de que más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer.

Nos pongamos como nos pongamos, el Astut ha vuelto. Y con ansias de venganza (si de él depende, la CUP va a pringar en serio). De hecho, como 007, nunca se fue. Solo estaba esperando a que la situación se deteriorase de tal manera que pudiera volver a la palestra sin que lo escupieran ni lo emplumaran y lo echaran al pilón. Cuenta a su favor con una cabeza caliente y un corazón frío, justo lo contrario de lo que afirma poseer, y, sobre todo, con una cara de cemento armado y una desvergüenza absoluta. ¿El Astut ha vuelto? Nunca se fue.