Suele decirse que los payasos son gente que ríe por fuera y llora por dentro, un concepto ampliado por el gran Jaume Perich cuando dijo que ese era el motivo por el que acostumbraban a tener tan poca gracia. Yo no sé si Jordi Pesarrodona solía llorar por dentro, pero es evidente que ahora le sobran los motivos para llorar por fuera, pues le acaban de soplar la presidencia de la ANC, a cuyas elecciones se presentaba, pese a haber sido el más votado por la hinchada de la organización, parte de la cual está que trina con la maniobra caciquil que ha acabado convirtiendo a Dolors Feliu en la nueva jefa de la pandilla.

No es la primera vez que ocurre algo parecido en la ANC: recordemos cuando ganó las elecciones Liz Castro, esa señora norteamericana que se cree que es catalana, pero los mandamases de la entidad le dieron la presidencia a Jordi Sànchez. Parece que en la ANC lo del sufragio universal no se contempla: usted vote a quien quiera, que nosotros pondremos al que nos dé la gana.

Intuyo que en la actitud del (pomposamente llamado) Secretariado Nacional ha influido la profesión del señor Pesarrodona, por digna que nos parezca a todos. Es fácil imaginar una reunión de los jefazos de la ANC en la que se dijeran cosas como éstas: “No, si Jordi es buen chaval y siente mucho los colores, pero... si ponemos al frente de la organización a un payaso, nos vamos a convertir en la rechifla del unionismo [temor innecesario, aclaro, pues ya lo son], por no hablar de la cara de cenutrio que Dios le ha dado al pobre y que también puede ser utilizada en nuestra contra. Mejor la Feliu, que es abogada y luce un aspecto venerable”. Y así habría podido quedarse el pobre Pesarrodona compuesto y sin presidencia. Pero así no se trata a un payaso. Ni a nadie.

Ciertamente, Dolors Feliu tiene a su favor un look que gusta mucho al lazismo y que inauguró hace años la difunta Muriel Casals (atropellada, como todo el mundo sabe, pese a las mentiras de las cloacas del Estado, por el mismo agente del CNI que luego perseguiría en patinete a Eduard Pujol por las calles de Barcelona). Un look que ahora representa como nadie la fugada Clara Ponsatí, prototipo de la (supuestamente) dulce abuelita que en realidad es una arpía fanática cargada de odio y rencor.

Dolors Feliu se inscribe en esa tradición de señoras que no se tiñen el pelo porque dedican las 24 horas del día a la independencia del terruño y no les queda tiempo para ir a la peluquería (donde, además, correrían el peligro de encontrarse con una empleada que no hablara catalán). Reconozco que, a mi edad, es injusto utilizar el término “abuelita” con Ponsatí (un año menor que yo) y Feliu (nueve años menos), pero creo que resulta bastante gráfico y las canas es lo que tienen.

La ANC se pasa la vida exigiendo democracia a los demás, pero se la pasa por el forro en sus propios asuntos. La militancia vota, el politburó se da por enterado y llega a presidente de la entidad quien deciden los que la controlan. Para agradecer el favor, eso sí, Dolors Feliu ha anunciado ya la fecha de la independencia de Cataluña: febrero de 2025. A más tardar, ha añadido. Nadie sabe de dónde ha sacado la fecha en cuestión, si de un pasaje especialmente hermético de los textos de Nostradamus, de una profecía del vidente Carlos Jesús o de un soplo de Miguel Bosé, pero ella ha soltado el desatino y se ha quedado tan ancha.

Para quienes no militamos en la ANC, la nueva presidenta es también una mala noticia. Por lo que he podido ver en el Més 324, la señora Feliu, que ejerce de tertuliana ocasional, es aburrida no, lo siguiente. Mientras que Pesarrodona, aunque nunca he asistido a sus espectáculos profesionales, sí he podido ver algunos de los político-personales y debo decir que me ha impresionado muy gratamente: daba gusto verlo posar marcialmente con su nariz roja de payaso junto a un agente de la Guardia Civil, o arrojándose al suelo entre gritos de dolor sin que le hubieran dado ni un triste porrazo el día del referéndum. Ya que hay que aguantar a la ANC, yo diría que el amigo Pesarrodona nos habría hecho más digeribles sus discutibles actividades, pero habrá que conformarse con un nuevo modelo de la dulce abuelita lazi.

No sé si existe la payasofobia, pero, en caso afirmativo, lo del pobre Pesarrodona constituiría un ejemplo de manual.