Desde la sombra, como referente moral del PDECat (hay que apañarse con lo que se tiene más a mano, amigos), Artur Mas ha rendido un último servicio a la patria al soplarle a JxCat los votos que necesitaba para ganar las elecciones. De no ser por él, la Geganta del Pi habría llegado a presidenta de la Generalitat y, tras su inhabilitación por (presunta) corrupta, la política catalana se habría asomado a la gloria con la proclamación presidencial del gasolinero Canadell, sustituto lógico de Quim Torra en ese imparable descenso a los infiernos (morales e intelectuales) que los convergentes llevan protagonizando desde que Pujol le cedió la silla al Astut. Ahora, por culpa de éste, de Àngels Chacón y demás pedecatos, habrá que conformarse con el niño barbudo y los socios de gobierno que se muestren dispuestos a reírle las gracias. Y se habrá interrumpido una línea sucesoria envidiada en todo el orbe en la que cada nuevo presidente de la 'Chene' era más lamentable que el anterior, lo cual constituía, no lo duden, nuestro genuino hecho diferencial.

Desde las perspectivas unionistas, el presidente Canadell permitía albergar esperanzas de todo tipo. Desde un punto de vista estrictamente personal, con Canadell nunca me habría faltado material para mis artículos, pues un tipo que va de magnate con una docena de gasolineras y tres empleados en nómina y que circula con una careta de cartón de Puchi en el asiento del copiloto es alguien que nunca te va a dejar tirado a la hora de encontrar motivos de chufla sobre su gestión. Desde un punto de vista político, si alguien era capaz de liarla parda de tal manera que nos aplicaran el 155 a perpetuidad, ese alguien era Canadell, al que es fácil imaginar remedando a Antonio Banderas en ¡Átame! y gritando aquello tan sentido de ¡Que estoy muy loco, hostias! Si alguien podía cargarse el prusés desde dentro era el gran Canadell. El niño barbudo, por el contrario, es de los que alterna las de cal con las de arena, no ofrece señales de estar demasiado mal de la galleta (solo es gris, cansino y mortalmente aburrido) y no se le ve muy convencido de las alegrías de la unilateralidad. Podría haberle ido bien en la Convergència de antes, cuando aún no se habían puesto de moda los orates para ocupar el sillón presidencial de la nación milenaria sin estado.

Los que aseguran que Artur Mas es gafe tienen un motivo más para creerlo. Seguro que le metió ideas absurdas en la cabeza a la pobre Chacón y que ésta se creyó que los auténticos convergentes la votarían (cuando es del dominio público que los convergentes de siempre se han vuelto locos y disfrutan enormemente con el suicidio colectivo). El PDECat ni ha entrado en el parlamento autonómico, Chacón no sabe donde meterse y el Astut ya está diciendo que igual toca reconciliarse con los de Puchi. Menos irse a casa a disfrutar de lo que aún no le han embargado, cualquier cosa.

Intuyo que Laura Borràs lo estrangularía con sus propias manos y que Canadell haría algo parecido, pero ahí sigue el hombre, con su habitual cara-de-yo-no-fui y sin la menor intención de dejar de dar la chapa seudo patriótica. La única esperanza del magnate petrolífero radica en que JxCat entre en el gobiernillo, Borràs sea inhabilitada y él se convierta en vicepresidente. Pero eso es poco para nuestro hombre. Casi mejor tirarse cuatro años en la oposición y volver a la carga con renovados bríos. Y que lo cuiden en su partido, ya que no hay muchos como él y más vale que lo hagan durar. Que piensen que, siguiendo la línea triunfal de presidentes convergentes de los últimos años, después de Canadell ya habrá que ir a buscar candidato en el reino animal.