Estamos acostumbrados a las salidas de pata de banco de los comunes, pero también a que se produzcan de manera morosa, manteniendo cierta distancia temporal entre una y la siguiente. La última semana, por el contrario, fue un no parar de iniciativas absurdas y ocurrencias varias, culminando el exceso de trabajo con unas innecesarias declaraciones de Ada Colau blasonando de ser la primera alcaldesa bisexual de Barcelona, como si a alguien le importara con quien se acuesta o como si ser bisexual aportase un plus de interés político. A mí, francamente, me preocupa más que una alcaldesa feminista haga lo que le dice su marido en la sombra, al que nadie ha votado. Si se lo hace con una comadreja, no tengo nada que objetar, siempre que la relación sea consensuada y la comadreja, claro está, mayor de edad.

La semana de gloria empezó con lo de las dos trabajadoras sociales del ayuntamiento que se chivaban a los manteros de la inminente aparición de la guardia urbana. En vez de comprobar si era cierto y, de serlo, abrirles un expediente a las chivatas, Ada se solidarizó ipso facto con ellas y la emprendió contra el sindicato policial que había difundido el asunto y hecho constar que ya llevaban últimamente diez operaciones abortadas por soplos previos.

Como aún quedaba gente con la que solidarizarse, Ada pasó a hacerlo con los taxistas, que siguen haciendo amigos a base de ocupar la Gran Vía y zurrarles la badana a los conductores de Uber o Cabify que se les ponen a tiro. Se le antoja muy normal esa exigencia de los taxistas -que a los demás nos parece absurda- de que los VTC se pidan con veinticuatro horas de antelación (la Generalitat ofrece quince minutos, que también es una memez, pero menor), obligando al usuario a saber con excesiva distancia temporal dónde estará al día siguiente a determinada hora. Los VTC han venido para quedarse, y cuanto antes lo entiendan los taxistas, mejor para todos, pero no se puede contar con Ada para aportar el más mínimo movimiento didáctico.

Se podía meter más la pata, así que no se dejó pasar la ocasión: los comunes se sacaron de la manga una constitución catalana dentro de una España federal, cosa que ya existe y se llama Estatuto de Autonomía, como les recordó el sector soberanista. Nuevo éxito de Ada a dos bandas: cabrear por igual a constitucionalistas y soberanistas, algo que se le da de miedo. Añadamos los tradicionales insultos a Manuel Valls y la reafirmación orgullosa de su funcionamiento a vela y a vapor y nos sale una semanita trepidante y estajanovista que, francamente, nos podríamos haber ahorrado.

¿Se deberá esta actividad desenfrenada a las cada vez más cercanas elecciones municipales y a un índice de popularidad cada día más menguante? ¡Pero si lo más probable, tal como es Barcelona, es que monte un bipartito con el Tete Maragall y pueda seguir en su sitio! Caso de perder, el futuro es más negro para Valls --que no tiene nada que hacer en Francia-- que para Ada, que siempre puede volver a la universidad a acabar la carrera o reemprender su interrumpido oficio de actriz de televisión, en el que prometía bastante: de hecho, siempre me ha parecido una actriz que interpretaba con gran convencimiento los papeles sucesivos de activista y alcaldesa.