Tenía que suceder. Barcelona no podía quedarse sin ver de cerca la magna obra de Santiago Sierra sobre los presos políticos en España. Por eso, el director del CCCB, Vicenç Villatoro, le ha hecho un sitio en tan noble institución --donde hay ahora, por cierto, una estupenda exposición comisariada por Enrique Juncosa, La luz negra, consagrada a la presencia del esoterismo en las artes desde los años 50 hasta el presente: pasen corriendo ante los caretos de los convictos y vayan a verla--, no porque las fotocopias del señor Sierra tengan el más mínimo interés artístico, sino porque fueron prohibidas en ARCO y en el Parlamento Europeo en sendos ataques intolerables a la libertad de expresión.

Santiago Sierra practica eso que ha dado en llamarse arte político y que otros controlan mejor que él --pienso en Francesc Torres, por ejemplo--, pues Sierra, tras unos inicios prometedores, pronto cedió a la demagogia y a la provocación barata, pero rentable. Así consiguió que sus fotocopias antisistema se las comprara Tatxo Benet, segundo de a bordo de Jaume Roures, por la bonita suma de 80.000 euros. Aunque trabaja contra el sistema, Sierra no le hace ascos al dinero de los millonarios, que, con o sin mala conciencia, son su público natural si no quiere pasar hambre. Sierra es la viva imagen de la tristeza del arte político: ni el obrero ni la clase media pueden permitírselo, así que la gran rebeldía visual contemporánea va a parar a museos, instituciones y ricachones seudoprogres como el señor Benet. El capataz de Mediapro tuvo, además, el descaro de decir que apoquinar los 80.000 pavos le había representado un esfuerzo económico... ¡Dos días después de que el 50% de la empresa se vendiese a un grupo chino y Roures y él se llenaran los bolsillos de billetes! De hecho, por una módica suma, Benet pudo hacerse el progresista, el procesista y el antisistema. Primero exhibió su compra en el museo de Lleida que se había quedado sin el arte sacro rapiñado a Aragón tiempo atrás, y ahora se lo presta al CCCB, para que ese centro dé una muestra de catalanidad, que falta le hace (recordemos la sentencia convergente de los primeros tiempos de Can Ramoneda: "Tantas ces y ninguna es de Cataluña").

La inauguración fue bendecida por Jaume Asens --abogado defensor en su momento del psicópata alternativo Rodrigo Lanza y benefactor de la asociación dirigida por la madre de éste, Iridia, con unas subvenciones municipales muy generosas-- y por el responsable de cultura de la Diputación, el político procesista Joan Josep Puigcorbé --antes conocido como el actor Juanjo Puigcorbé--, quien tuvo el cuajo de comparar la birria de Sierra con el Guernica de Picasso y Los fusilamientos del 3 de mayo de Goya: lo que hay que hacer para comer.

Evidentemente, de Villatoro a Asens, allí no le importaba a nadie la obra de Sierra, aunque puede que se le acabe dedicando una retrospectiva por los servicios prestados. De hecho, sus fotocopias son lo mismo que la pancarta que Torra acaba de colgar del palacio de la Generalitat: una muestra del derecho al pataleo de los indepes, aunque con el agravante de aparentar ser una obra de arte.