Éramos pocos y parió la abuela, dando a luz a un bebé canoso llamado Ferran Mascarell. Con él, ya son cinco los candidatos del independentismo a la alcaldía de Barcelona, a cual más pinturero: el Tete Maragall, socialista rebotado como el amigo Ferran; Neus Munté, la mujer más aburrida de Cataluña no, lo siguiente; la todavía innominada luchadora de la CUP (que puede ser un calvo con barba, ya que el uso del femenino es de rigor); y un genuino calvo con barba que atiende por Graupera, suele vivir en Nueva York y ha sido un protegé del Economista Fosforescente, también conocido como El Payaso de Micolor y de quien, por lo menos, puedo decir que le leí una excelente entrevista a Richard Ford en la revista Jot Down, aunque ahora deba conformarse con el apoyo entusiasta de Enric Vila y mi querido vecino del barrio Bernat Dedéu, el hombre que confiaba en dominar el mundo desde la dirección del Ateneu.

Ya puede matarse el pobre Agustí Colomines, en sus artículos de El Nacional, clamando sobre la necesidad imperiosa de la unión fraternal de los indepes, que nadie le hace el menor caso. Así es cómo ha optado el hombre por ejercer de cerebro en la sombra de la candidatura de Mascarell, una candidatura basada en el amor a Puchi por encima de todas las cosas que ambos comparten y que se les puede volver en contra, ya que el odio a Cocomocho va creciendo a diario entre las filas indepes y ya es mayoritario en ERC y en lo que queda de Convergencia. Eso no quita para que Colomines esté en lo cierto con respecto a lo de la unidad. Lamentablemente, la antigua elección entre la derecha y la izquierda ha pasado a la historia en Cataluña y en Barcelona, y ahora solo quedan dos bandos: los favorables a la independencia del terruño y los opositores a la misma. Una candidatura conjunta de las fuerzas soberanistas hubiera sido lo suyo --aunque el resultado, Separatistas Unidos, sonase a oxímoron--, pero no hay manera. Aquí ni los políticos presos se ponen de acuerdo para nada: a dos les da por la huelga de hambre, otro dice que se lo está pensando y el resto no saben, no contestan.

La situación no es muy distinta en las filas constitucionalistas. Lo suyo habría sido un frente encabezado por Manuel Valls y compuesto por Ciutadans, el PSC y el PP. No porque todos pretendan los mismo, sino porque las reglas del juego han cambiado, aunque no nos guste, por culpa de los nacionalistas: como ya se vio en las últimas autonómicas, esto se ha convertido en una pugna entre independentistas y unionistas. ¿Un asco? Por supuesto. ¿No sería mejor volver a la tradicional refriega entre reaccionarios y progresistas? ¡Qué más quisiera uno! Pero el PSC y el PP insisten en ir por su cuenta (y riesgo); los primeros para que no los confundan con los fachas de Rivera, y los segundos por el placer masoquista de volver a dejarse la piñata en las urnas y acabar de extraparlamentarios. Me consta que Valls se está trabajando a Iceta para garantizarse su apoyo si lo necesita, pero nuestros queridos sociatas son capaces de acabar montando un tripartito siniestro con el Tete y los comunes. Que me los conozco.

En el fondo, es todo muy español. Recordemos el refrán: Tres españoles, cuatro opiniones. Lo hemos mejorado: Dos catalanes, doce opiniones. Aquí las llamadas a la unidad no las escucha nadie en ningún bando. Es como si todavía estuviéramos en aquellos benditos tiempos de la derecha y la izquierda que no sé ustedes, pero yo no veo que vayan a regresar en breve.