El radar del que dispone Ada Colau para detectar fascistas no funciona muy bien. Debería llevárselo a un especialista --le sugiero al olvidado autobusero Garganté, cerebro privilegiado de la CUP-- para que se lo afine. Mientras nuestra alcaldesa detecta fachas donde no los hay, se le escapan otros que llevan años envileciendo el callejero de Barcelona. Como ejemplo de lo primero, véase lo del pobre almirante Pascual Cervera, calificado de facha por la señora Colau, cuando resulta que se trataba de un militar liberal que hizo saber a sus mandos que llevaba a sus hombres al matadero cuando lanzó sus barcos de madera contra los acorazados norteamericanos en la guerra de Cuba. Rescatado del agua por los gringos, se le tributó un homenaje a bordo por su sentido del deber y su valor rayano en la insensatez. Si eso es un facha, que baje Dios y lo vea.

Por el contrario, Ada Colau no encuentra nada censurable en el hecho de que Barcelona tenga una calle dedicada a un facha de verdad, ese fanático cerril y meapilas que atendía por Sabino Arana. Confieso que solo he leído fragmentos de la magna obra del señor Arana --siempre fuera de contexto, según los nacionalistas vascos--, pero tengo un amigo de Bilbao, Iñaki Ezkerra, que tuvo el valor de leerse sus obras completas y me asegura que no hay por donde cogerlas. Hasta el punto de que son dificilísimas de encontrar, ya que el PNV solo las ha reeditado expurgadas de sus contenidos más indefendibles. Ahora que ETA se ha ido definitivamente al carajo, ¿no deberíamos contribuir desde Barcelona a eliminar cualquier resto de la ideología supremacista que inspiró a la banda y que se debe al tal Sabino Arana?

Colau no encuentra nada censurable en el hecho de que Barcelona tenga una calle dedicada a un facha de verdad, ese fanático cerril y meapilas que atendía por Sabino Arana

Aparte de no tener ninguna relación con nuestra querida ciudad, el señor Arana es un racista de tomo y lomo cuyos textos --con la complicidad de parte del clero vasco-- envenenaron la mente de muchos jóvenes que acabaron con muchas vidas mientras arrojaban la suya a los cerdos. Con el mismo ánimo jocoso con el que la calle del almirante Cervera pasó a ser la de Pepe Rubianes, yo creo que podríamos darle la calle de Sabino Arana a Eugenio, a Cassen a Mary Santpere o a José Sazatornil; los cuales, por cierto, a mí me hacían mucha más gracia que el histrión galaico-catalán. Dudo mucho que se me haga el menor caso, pero que no se diga que no hice lo que pude para dignificar el callejero barcelonés.