Si tuviera que elegir uno de los momentos más significativos de mi carrera periodística, diría que fue la entrevista que le hice en diciembre de 2009 a Ilham Tohti, un profesor y economista uigur que entonces daba clases en la Universidad de las Minorías Étnicas de Pekín. Fue allí, en el bloque de cemento de estilo comunista destinado a las viviendas de los profesores, donde Tohti y su mujer me recibieron con una taza de té y un racimo de uva traída de Xinjiang, la región del noroeste de China habitada por esta minoría étnica de origen turco que los chinos mantienen reprimida con mano dura desde hace más de una década.

A diferencia de la etnia han, a la que pertenecen el 90% de los chinos, los uigur son musulmanes y sus rasgos físicos se asemejan más a los de los habitantes de Turquía o los países de Asia central. Tohti, por ejemplo, con su pelo azabache teñido con henna, podría haber pasado por pakistaní. De hecho –me confesó—, parte de sus ancestros eran originarios de la franja de Pakistán fronteriza con Xinjiang.

“Me siento frustrado”, me dijo el profesor, que entonces tenía 40 años. Llevaba un semestre sin poder dar clases ni trabajar en Uighurbiz.net, un portal de noticias online creado por él dirigido a los nueve millones de uigures que residen en China. La web había llegado a ser muy popular. Demasiado, quizás, porque el Gobierno chino había decidido censurarla poco después de las revueltas violentas que estallaron en Urumqi, la capital de Xinjiang, en julio de ese año, en las que perecieron casi 200 personas, según cifras del Ejecutivo. Además de cerrarle la web, Tohti fue detenido durante dos meses y luego le prohibieron dar clases. ¿Por qué detenerle a él –se preguntaba Tohti—, si se encontraba en Pekín cuando estallaron las revueltas? ¿Si él nunca había defendido la independencia de Xinjiang, sino que abogaba por mejorar la situación económica y social de los uigures para que se integrasen mejor a China?

Tohti me confesó que creía que su error había sido publicar un artículo en Uighurbiz.net poco antes de las revueltas en el que acusaba al Gobierno regional de Xinjiang (asignado por Pekín) de ser responsable “de una política desastrosa a la hora de proteger los derechos y la cultura del pueblo uigur y de promover el entendimiento con los han”. No lo sabremos nunca.

Un año después de esa entrevista me mudé de Pekín a Barcelona, pero nunca dejé de seguir las escasas noticias que llegaban de China sobre la represión contra los uigures, una causa mucho menos “popular” en Occidente que la de los tibetanos, imagino que porque los primeros son musulmanes, mientras que los segundos son  budistas y tienen al Dalái Lama de embajador. Y en septiembre de 2014, cuando me llegó la noticia de que Ilham Tohti, a pesar de no haber exigido nunca la soberanía de Xinjiang, había sido acusado de “separatismo” –el delito más atroz en China— y condenado a cadena perpetua, me quedé en shock.

“No defiendo el separatismo. Mi objetivo es que en la práctica los uigures se beneficien del mismo progreso en libertades políticas y derechos civiles que el resto de la población china. Para ello, los uigures deben conocer cuáles son sus derechos, alguien les debe informar”, me insistió Tohti durante la entrevista para justificar uno de los propósitos de su web. “Tenemos que ser nosotros mismos los que exijamos nuestros derechos por la vía legal. Pero si no lo conseguimos, habrá que pensar otras maneras”, añadió, sin imaginarse que en unos años iba acabar en la cárcel de por vida.

Cadena perpetua. Ese entrañable profesor que me recibió en su humilde apartamento de Pekín y que algunos apodan hoy el Mandela chino lleva ocho años encerrado en la principal prisión de Urumqi. A ningún miembro de su familia se le ha permitido visitarlo desde 2017. Jewher Ilham, la hija de Tohti, de 28 años, vive en Estados Unidos desde 2013, después de embarcarse en un avión al que a su padre le prohibieron subir. No lo ha visto desde ese día, y la última vez que habló con él fue a través de una llamada por Skype en enero de 2014.

Por suerte, las ideas y pensamientos de Tohti no quedarán entre barrotes. La editorial angloamericana Verso acaba de publicar We Uyghurs Have No Say (Los uigures no tenemos voz), un libro que recopila todos los textos, ensayos, discursos, entrevistas y cartas abiertas que escribió hasta el momento de su encarcelamiento. Todos ellos dejan en evidencia que este respetado académico y activista intentó siempre que sus demandas para el pueblo uigur encajasen dentro de la nación china.

En un ensayo de 2011, por ejemplo, Tohti escribió sobre su “esperanza” de que China se convierta en “una gran nación de coexistencia interétnica armoniosa”. En el mismo ensayo, propone que el día 5 de julio –famoso en China por ser el día en que estallaron los sangrientos disturbios entre uigures y han en Urumqi— fuera designado Día de la Armonía Nacional. Lo más sorprendente de todo es que Tohti, en una declaración que hizo horas después de que se le impusiera la cadena perpetua, dijo que seguía viviendo “a la espera del sol y del futuro”. “Estoy convencido de que China será mejor y que los derechos constitucionales del pueblo uigur serán, algún día, respetados”.