Hay palabras que resucitan. Mejor dicho, hay quien está dispuesto a hacerlas resucitar para que recuperen su carga emocional más perversa, para convertirlas  en monstruos amenazantes. Los que apuestan por esa maquiavélica resurrección, lo intentan alimentando contenidos que el paso del tiempo había conseguido desactivar o atenuar. Así las cosas, en la campaña electoral madrileña los estrategas de Isabel Díaz Ayuso no han dudado en difundir un vergonzoso eslogan que reza: ’Comunismo o Libertad’. Anteriormente jugaron con la variante ‘Socialismo o Libertad’. Afortunadamente, al bueno de Ángel Gabilondo no se le ha ocurrido contestar con la no menos famosa expresión: ‘Socialismo o Barbarie’ utilizada por primera vez por Rosa Luxemburgo retomando unos escritos de Friedrich Engels. Algunos escribas y tertulianos vinculados a la derecha mesetaria, como Graciano Palomo, han remachado la jugada afirmando sin escrúpulos que: "El comunismo ha vuelto a España. Al Gobierno, el único país de la Unión Europea que tiene esta ideología incrustada en el poder...” Escaso bagaje argumental debe de haber en la derecha mediática cuando, para herir a las izquierdas, se echa mano de una manifestación del PCE, que enarbolaba banderas rojas y retratos de Lenin y Stalin, para afirmar que la dictadura del proletariado vuelve.

A estas alturas de la película, sacar a pasear el espantajo del comunismo no deja de ser una futileza carente de sentido, un despropósito. No en vano, el trovador cubano, Silvio Rodríguez, en su álbum Reino de todavía nos canta una estrofa que viene a cuento; aquella que dice: “Nadie sabe qué cosa es el comunismo...” Más acorde con la realidad sería, que esos propagandistas del ayusismo aseveraran que lo suyo es una apuesta por los bares abiertos y el paraíso fiscal, frente al intervencionismo de los ‘progres buenistas’. Tres cuartos de lo mismo para aquellos que, desde la izquierda más extrema, ven fascistas emboscados en cualquier parte, y sienten la irrefrenable necesidad de combatirlos a pedradas en la calle. La trampa de las palabras se ha activado y conceptos que perdieron su energía negativa la están recuperado.

No se si la salida de Pablo Iglesias del gobierno de España obedece a una decisión meditada, a un cálculo partidario, a una huida personal o a un impulso. Lo desconozco, pero el tremendismo que acompañó a su irrupción en la escena madrileña también ha contribuido a resucitar el contenido perverso de las palabras, para polarizar. Permítanme, salvando las distancias, un paralelismo que puede parecer osado pero que me sale del alma. Me consta que el dirigente de Unidas Podemos es genéticamente marxista-leninista; lo sé, pero el discurso que acompañó su aterrizaje en Madrid me recordó unas palabras del libertario, Buenaventura Durruti, que decían: “Al fascismo no se le discute, se le destruye”. Durruti abandonó la retaguardia y marchó con su columna al Frente de Aragón para, posteriormente, acudir a la defensa de Madrid cuando las tropas de Franco asediaban la capital de la República. Allí le aguardaba la muerte. Pablo se ha ido también al Frente de Madrid a vencer a la ultra derecha.

Como es obvio, por mucho que algunos se empeñen en resucitar ese contenido perverso de las palabras, la cosa no tiene por que terminar dramáticamente. La democracia en España está consolidada y el guerracivilismo verbal, afortunadamente, hoy es tan solo un tigre de papel. No obstante, creo que es conveniente lanzar un aviso para navegantes: Lo que está en juego en las elecciones del 4 de mayo es la presidencia de la comunidad de Madrid, no el gobierno de España. Otra cosa serán las consecuencias personales y partidarias que se puedan derivar de las mismas. El resultado promete ser digno de estudio pero no determina nada, de momento.