Dice Jean-Claude Juncker, el bien humorado presidente (en funciones) de la Comisión Europea, que “aquí (en Bruselas) todo el mundo entiende el inglés; pero nadie entiende a los ingleses”. Vale para el Brexit, pero se me ocurre que algo similar podríamos decir en estos lares desde los que escribo: todo el mundo entiende, más o menos, el catalán; pero no estoy seguro de que entendamos a los catalanes. Y viceversa, por supuesto. Pero escribo en Madrid, y conozco mejor lo que se hace de este lado del Ebro que desde el otro. Y, desde aquí, tengo que decir algo que me duele y de lo que cada día recibo más pruebas fehacientes: en el resto de España se está produciendo una involución con respecto a Cataluña. ¿Y viceversa?. Una vez sentada esa premisa, creo que solo desde el desconocimiento de lo que pasa en la política y en la sociedad catalanas se puede creer que la solución a los desmanes pasa por la aplicación del artículo 155 de la Constitución –uno de los más abstractos de nuestra Carta Magna— y, menos, por decretar los estados de excepción o alarma, como piden algunos cavernícolas, con perdón.

Si el carlismo se cura viajando, como decía Unamuno, supongo que la ignorancia sobre cualquier parte de nuestro territorio se cura también conociéndolo. Escuchando lo que dice la gente en la calle –indepes, no indepes y mediopensionistas–, conociendo la historia desde la objetividad y no desde el engaño de un lado y del otro, pisando el terreno. Cataluña, por mucho que se empeñen en deformar la realidad algunos, no es ni Quebec, ni la Francia de los chalecos amarillos, ni Escocia, ni, menos, el Chile de Piñera, ni el Ecuador de Lenin Moreno, ni Perú ni, aún menos, y por más que disguste a Torra, es Hong Kong. Y alguien tiene que decírselo, a Torra y a quienes, desde la orilla en la que escribo, quieren minimizar o agravar el caso catalán buscando inadecuadas comparaciones.

Creo que ese papel pedagógico, si es que fuese capaz de desempeñarlo, le corresponde a Pedro Sánchez. A él, y no a sus palmeros. Ni a sus ocasionales portavoc@s, las adrianalastras de turno, que justifican el puesto insultando y descalificando a gentes que valen más que ellas. Me parece que el presidente del Gobierno en funciones se equivoca cuando no se pone al teléfono cuando Torra le llama: debería convocarle, como presidente de la Generalitat que es y como máximo representante legal (aunque nos pese) del Estado en Cataluña, para decirle: “Tienes que irte”. Porque la solución pasa por la salida de Torra de la Generalitat, tarea a la que sospecho que no poca gente en Esquerra Republicana cooperaría más o menos abiertamente con el Gobierno central. No faltan mecanismos legales para lograrlo; si Torra sigue, la solución aún provisional, esa conllevanza de la que tanto habló Ortega y Gasset, se hará imposible.

Debería compartirlo así Pablo Casado –de Albert Rivera espero poco, la verdad, y bien que me entristece, porque Ciudadanos es un partido imprescindible–, en lugar de exigir a Sánchez que rompa con Torra como condición para darle su apoyo, supongo –supongo– que también para la investidura tras el 10N. Me parece que Sánchez rompió hace tiempo anímicamente con el pirómano. Pero difícilmente puede cortar amarras con el molt honorable president de la Generalitat, que es el máximo representante del Estado, nos guste a todos o no (que es no). Creo que el presidente del Gobierno central en funciones ganaría puntos de cara a las elecciones llamando a Torra para abroncarle abiertamente por su ineficacia e ineptitud y para pedirle, aún por las buenas, que se marche, que convoque elecciones autonómicas y deje paso a alguien capaz de volver a aquellos buenos tiempos del entendimiento provisional (35 años duró, hasta que entre todos lo estropeamos) de Adolfo Suárez con Tarradellas, por difícil que eso hoy parezca. Que lo parece.

Lo importante es saber si Sánchez, Casado, Rivera, Iglesias, Errejón (Abascal, que habla de esposar a Torra, creo que anda desenfocado, por decir lo menos), van o no a esforzarse por entrar a fondo en la que podríamos llamar cuestión catalana, que consiste en cambiar por completo el modo ausente en el que hoy están situados. Es preciso hacer un inventario de errores pasados, olvidar el reparto de culpas y el y tú más y llegar a un fin posibilista. Ni la independencia ni seguir como hasta ahora es ya posible. Quien lo entienda ganará las elecciones. Y el futuro de una nación, pese a todo, unida.